Blog de Manuel Saravia

Elogio del bistrot

Con ese mismo título, Elogio del bistrot, acaba de publicarse en castellano un librito de Marc Augé sobre ese tipo de locales que simbolizan una determinada manera de vivir (original de 2015 en ed. Payot & Rivage; trad. en Gallo Nero Eds., abril de 2017). Qué libro tan bonito. Se esfuerza el etnólogo en mostrar las virtudes y aspectos favorables de esos pequeños establecimientos económicos y tradicionales de comida y bebida, representativos del modo de vida francés tal y como lo pueden ser “el cancán o la torre Eiffel”. Recogeré a continuación tres aspectos que el autor señala, entre muchos otros característicos del bistrot. Tres notas que me parecen expresivas de un texto magnífico, que ha de ser extraordinariamente útil para quien quiera entender mejor la ciudad; pero también para quien deba enfrentarse a la regulación de usos y formas de este tipo de espacios.

Indica Augé, por ejemplo, que en el bistrot “se da una combinación armoniosa del espacio y el tiempo que es fuente de satisfacción (…). El bistrot ideal es aquel donde, según con qué pie te hayas levantado, puedes escurrirte tímidamente hasta el fondo de la sala, acercarte a la barra o afrontar abiertamente el mundo exterior desde la terraza, cubierta o no (…). Cuando se da la casualidad de que la necesidad y la manera de satisfacerla aparecen de golpe (‘Tu mesa de siempre se acaba de liberar’, susurra el camarero, cómplice), un sentimiento de plenitud aparece de repente. Desde luego, esa sensación tan desproporcionada como inesperada es propia de quien siente por una vez que el viento sopla a su favor” (p. 56-57).

Según indica el etnólogo, el bistrot es también “el reino de las relaciones ‘superficiales’, aquellas en las que la acción del intercambio importa mucho más que su finalidad”; sabiendo que “en la calma chicha de la rutina diaria se disimulan los bajos fondos de la vida, las tragedias de las rupturas, las amenazas de naufragio. En este sentido, el bistrot tiene la indiferencia distante de la naturaleza, pero es una indiferencia poblada de presencias humanas (…). El bistrot es el lugar en el que se mezclan los estilos, la tragedia y la comedia, palabras que no dicen nada y silencios que expresan mucho, risas escandalosas, tímidos suspiros y tristezas inexplicables” (p. 62-64).

Por último, recojo un tercer aspecto de un texto enormemente rico y sugerente. A veces –dice Augé- algunas distribuciones “más o menos astutas suelen facilitar las cosas”. Sucedió, por ejemplo, “cuando se consiguió separar estrictamente la terraza exterior del interior del establecimiento”. Y concretamente, el autor explora cómo la prohibición de fumar dentro “propició una nueva conquista del espacio”. Algunos “han entendido que, con la prohibición de fumar dentro de los restaurantes y cafeterías, se plantea una nueva forma de socializar. Algunos comensales se disculpan con una sonrisa y piden permiso a las personas de su mesa para salir a fumar. Una vez fuera, a veces entablan conversación con los exiliados provisionales de las mesas vecinas. La acera se transforma entonces por unos instantes en plaza pública, y con respecto a los que se quedan dentro, en la sala, suelen jalear con buen humor la vuelta de los fumadores (…). Aquel o aquella que abandona un instante la mesa para acabar volviendo subraya la ambivalencia de la situación en su conjunto, que es a un tiempo ambivalencia espacial (dentro-fuera) y temporal (pausa-movimiento), y es ahí donde reside, en el sentido sustancial del término, el encanto del bistrot” (p. 51-52).

(Imagen: Bistro 1900. París. Foto de 2006, de Croquant. Procedente de Wikimedia Commons. Agradezco el acceso al libro y los comentarios de C. Massa).

 


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