En el libro colectivo Soledades. Una cartografía para nuestro tiempo (Plaza y Valdés, 2021: Melania Moscoso y Txetxu Ausín, eds.) se recogen cuatro historias (dos novelas y dos largometrajes) centradas en la soledad. No porque los protagonistas vivan solos (que no es el caso), sino porque su propia condición es la de la soledad. Porque se deslizan “por el precipicio de la soledad”. Una selección curiosa, que permite trazar una evolución de 100 años: de 1922 a “un relato futurista”. Pasando, siempre, por ese «con mi soledad, nunca estoy solo»; porque me es «fiel como una sombra», que cantaba en 1973 Georges Moustaki.
En el primer relato (Carta de una desconocida, de S. Zweig, 1922) se lee esta sentencia: “No hay nada más terrible que estar sola cuando estás rodeada de gente». Atrapada en los secretos de la intimidad: “Sólo tú conocerás mi secreto, cuando esté muerta y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofríos sea de verdad el final”. En Tokio Blues (2005, Murakami) leemos: “Pronto, sin razón aparente, clavaba sus ojos en los míos como si buscara algo, y, cada vez que esto ocurría, me embargaba una extraña e insoportable sensación de soledad”. Y el paisaje urbano que los rodeaba se veía así: “Los faros de los coches formaban un río de luz que discurría entre las calles. Un zumbido sordo, mezcla de varios sonidos, flotaba en una nube sobre la ciudad”. En la película escrita y dirigida por Sofia Coppola Lost in Translation (2003) también la pareja protagonista se ve “abrumada por las luces y los sonidos de una inmensa ciudad en contraste a la gran soledad que ambos sienten. Son el retrato de la soledad del ser humano en una gran ciudad” (Raúl Gil). Y, por último, el protagonista del tristísimo y conmovedor largometraje Her, de Spike Jonze (2013), “accederá a la seducción mutua, el deseo, la compañía, la plenitud, los celos, las dudas, sentirse acompañado y amado, el crepúsculo, el final, a través de alguien que no existe, maravillosamente programado, intocable, profesional, perfecto” (Carlos Boyero). Una relación “casi amorosa” con “un asistente personal artificial” (tecnología OS1: madre mía) que había adquirido. Una especie de Siri avanzada, con quien “hace lo que las parejas ‘normales’: paseos por la playa, pícnics con los amigos o irse de vacaciones”. Un perfecto “amor virtual”. (Abajo, una imagen de cada historia).
En el último capítulo del libro que comentamos, A. Monasterio, R. Ortega y V. Salinas analizan las cuatro historias anteriores, identificando en ellas los principales factores o situaciones de vida asociados a la soledad que puedan estar presentes: depresión e ideas suicidas; elección de vida en solitario por decisión propia; sentirse solo viviendo acompañado; dificultades socioeconómicas y ausencia de familia o falta de apoyo social. Y siempre, conforme a lo que señalan los psicólogos, viendo la soledad propia como una situación vital a menudo autoatribuida que se acompaña de ciertos sentimientos de culpabilidad, percibida en general por quien la sufre como una forma de fracaso.
Un fenómeno que, en mi opinión, no debería verse como si fuera una pandemia. De hecho, en el libro que comentamos a veces se dice que lo es (“Una pandemia silenciosa que afecta a una de cada cuatro personas” en el mundo), y en otros capítulos que no lo es (Estamos “lejos de considerar la soledad no deseada como una pandemia”, pues “la utilización de una terminología médica tiende a ocultar el origen social de la misma para convertirla en una patología”). Me quedo con esta última visión. No pandemia: más bien fracaso social. Que nos lleva a preguntarnos por la naturaleza y la salud de lo social y de la convivencia en nuestras sociedades.
El libro, fruto del proyecto Bazarkain (“Soledad no deseada y cuidados”), presenta estudios realizados desde ámbitos muy diversos. Fundados en tres ejes: el declive de las redes de apoyo social y familiar; la crisis de los cuidados en un contexto de desigualdad y precariedad crecientes; y la ambivalente relación del individuo con las tecnologías digitales. La impresión que deja: queda muchísimo por hacer. Y mucho por elaborar en programas y proyectos públicos dirigidos a hacerle frente. No es fácil. No está siendo fácil.
(Imagen del encabezamiento: De la película Lost in translation).