Tan solo en uno de los capítulos del libro titulado Debatiendo con Piketty (varios autores, Deusto, 2018) se habla de la relación de las investigaciones del economista francés con el espacio. Me refiero al firmado por Gareth Jones (“La geografía de El capital en el siglo XXI. Desigualdad, política económica y espacio”), en el que critica “la ausencia de espacio en los trabajos de Piketty”. Considera que cualquier análisis de política económica centrado en la desigualdad debe pasar, “irremediablemente, por estudiar la geografía del capital”. Porque el mecanismo mediante el cual los capitalistas ejercen su poder “depende del espacio en que nos movemos”.
Sigue a Saskia Sassen al decir que “la soberanía se ha descentralizado y el territorio se ha desnacionalizado”. Habla, por supuesto, de los paraísos fiscales y del “secretismo” (“la City londinense se ha especializado en ofrecer secretismo”; y es fundamental para entenderlo la complejidad y opacidad con la que se mueve “la banca en la sombra”). Una de las consecuencias más graves de este proceso es, obviamente, la evasión de impuestos. Y en paralelo, la constitución de “una comunidad global” entre las élites (los “superricos”), que se sitúa “cada vez más lejos de la gente de sus países de origen”, y que progresivamente se va transformando en “una nación con entidad propia”. Que muestra “desapego e indiferencia ante las realidades socioeconómicas de sus países”, y “exhibe con orgullo una actitud globalista”. No propia del cosmopolitismo, sino más bien como si fuera una “nube plutocrática”.
Residen esas élites en una serie de “núcleos urbanos de referencia”, que las pretenden. Y efectivamente, “los gobiernos tratan de ‘captar’ a esas élites por el mayor tiempo posible”. Pero no nos equivoquemos. Se refiere Jones, fundamentalmente, a los gobiernos locales. Para ello, las ciudades que compiten “en este circuito no dudan en ofrecer todo tipo de ventajas orientadas a atraer a las grandes fortunas”. Espacios residenciales exclusivos, educación de élite y actividades de ocio y entretenimiento igualmente selectivas. Y una gran accesibilidad, por supuesto. De manera que algunas ciudades se van convirtiendo en lo que llama “urbes con actitud elitista”. En las que se “reducen las interacciones entre las clases dirigentes y los trabajadores de sueldos más bajos”.
Para atraer a esas élites, además, “se modifican los planes” lo que haga falta y se permite casi todo. Según The Guardian del 24 de enero de 2016, en los distritos de Kensington y Chelsea se concedió licencia a lo largo de 2013 para 450 “mega-ampliaciones de sótanos para piscinas interiores, cines privados, etc”. Mientras que en 2001 solo se habían concedido 41 permisos de este tipo. Además, se van disponiendo vallas y muros “de seguridad” que llevan a la segregación de ámbitos selectivos (“barrios segregados”), que en ocasiones llegan a gobernarse de forma prácticamente autónoma respecto al gobierno local.
Cuando las élites negocian su nuevo estatus, uno de los factores más relevantes es el de ciudadanía. Aplicando “criterios posnacionales de ciudadanía”, que no dependen de las fronteras del estado-nación. Lo ideal, para ellas, es tener una ciudadanía múltiple que les permitan combinar de la mejor manera posible los derechos y protecciones que les brinda cada jurisdicción. Y así, “configuran su ciudadanía según les conviene”.
Pero concluye el capítulo citando un ejemplo estimulante. El del pequeño municipio galés de Crickhowell, de poco más de 2000 habitantes, cuyo ayuntamiento propuso en noviembre de 2015 al gobierno británico “trasladar sus cuentas a una demarcación offshore, argumentando que Google y Starbucks ya operaban por esa vía”. Genial. Decían que las pequeñas empresas familiares de la localidad pagaban siete veces más impuestos que Facebook, por ejemplo. Y que querían tener el mismo trato que esas grandes corporaciones. Una propuesta llamativa, concluye el autor, que nos sirve para insistir, una vez más, en que “los argumentos morales deben estar presentes en el debate sobre la igualdad fiscal”.
(Imagen: Vista de Crickhowell, Gales, abril de 2015. Autor: Paul Lakin).