(Texto del acto institucional en el cementerio del Carmen de Valladolid, del 1 de noviembre de 2018). Habitualmente en este acto del 1 de noviembre se lee un poema que alude a la muerte. Y siguiendo esa costumbre hoy he traído uno brevísimo, de solo 6 versos cortos, que hace referencia al gesto de cerrar los ojos tras el último instante de la vida y en los primeros instantes de la muerte. Un gesto que aparece una y otra vez, desde hace 30 siglos, en cantos, libros y poemas, en casi todas las culturas.
Efectivamente, en La Odisea leemos que Penélope no tuvo ocasión de llorar sobre el lecho fúnebre de su marido, ni le cerró los ojos. Y nos recuerda Homero “que tales son las honras debidas a los muertos”. En Las mil y una noches nos cuentan que cuando Kamaralzamán rompió en llanto por la muerte del buen jardinero, se levantó después, le hizo un sudario blanco y también le cerró cuidadosamente los ojos. Cervantes, en otro ejemplo más, recoge una imagen semejante en Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Y nos muestra a Persiles, quien “obedeciendo al mandamiento de su hermano”, cuando le apretó la muerte, “con la mano le cerró los ojos”. Insisto: no hay que recurrir a Bécquer. En toda la literatura universal encontramos este gesto, esta dulce caricia de cierre de la vida.
Pues bien. Cerrar los ojos de los fallecidos es (como lo vemos en esos ejemplos que acabamos de citar) un acto de compasión y, yo diría que podría calificarse, también, de compañerismo. Que nos sirve para reivindicar, una vez más, el valor de morir en compañía. De no morir solo. El aprecio y la importancia de abandonar la vida junto a la gente que te quiere, o al menos al lado de otros compañeros de viaje. Evitar verse solo, si se pudiera, en el último momento. Y reiterar el compromiso de trabajar también por rehuir el aislamiento brutal en que vive tanta gente en sus últimos años.
En esa misma estela de reconocimiento y recuerdo de ese gesto de cerrar los ojos están estos versos de Bergamín, recogidos en su poemario titulado Esperando la mano de nieve, con los que concluyo:
«Cierra tú mis ojos
cuando yo me muera
para que en mis párpados
todavía sienta
la caricia viva
que en tu mano tiembla».
(Imagen: Del Persiles y Sigismunda, procedente de elprincipedeverleer.com)