En torno a 1527 se convocó en Valladolid un concurso entre arquitectos para elaborar las trazas de una nueva y grandiosa iglesia colegial que sustituyese a la existente. Se decidió aceptar el proyecto presentado por Juan de Álava, Francisco de Colonia, Juan Gil de Hontañón, Diego de Riaño y el joven Rodrigo Gil, hijo de Juan (hay quien dice que este último trabajaría únicamente como delineante). No era un procedimiento extraño, pues en Salamanca, por ejemplo, también se había hecho algo parecido (lo cuenta Antonio Casaseca en su monografía sobre Rodrigo Gil de Hontañón, Junta de Castilla y León, 1988, p. 96).
Del proyecto no se han conservado los diseños originales. Pero con seguridad la traza de esa colegiata sería “hermana de las trazas de las catedrales de Salamanca y Segovia” (Casaseca, de nuevo). De los cinco maestros, y quizá porque fuese vecino de la ciudad, se escogió a Diego de Riaño para dirigir la obra. Pero desafortunadamente falleció muy pronto, en 1534, y dejó la obra “huérfana y sin maestro para la regir y llevar adelante” (lo recoge Jesús Urrea en La catedral de Valladolid. Su historia y patrimonio, Ayuntamiento de Valladolid, 2021, p. 51).
Tras un periodo de incertidumbre, con la obra en manos de Juan de Cabañuela, se hizo cargo el ya menos joven Rodrigo Gil de Hontañón, “el mejor maestro que en el Reyno ubiere”; “artífice el más elegante de aquella edad”. Pero bajo su mando la obra siguió avanzando lenta, y cuando el nuevo director también falleció (1577) las dificultades se ampliaron. Y en ese momento se aprovechó para plantear un nuevo diseño, muy diferente, conforme al nuevo gusto de la corte. Martín González recuerda (en el Catálogo Monumental de Valladolid, Diputación, p. 11) que “Herrera entregó sus planos en 1580 y dos años más tarde el poeta Damasio Frías hablaba ‘del más ilustre y famoso templo que tenga la Christiandad y de la más nueva y bella traça que se sabe”.
Para llevar a cabo esta nueva obra se decidió demoler lo que estaba hecho hasta entonces. “Si les parece neçesario deribar (…) se deribe” (Urrea, p. 66). Juan Antolínez de Burgos, que vivió entre los siglos XVI y XVII, comenta en su Historia de Valladolid (ed. de Valladolid, 1887, p. 195) que “se deshizo” todo lo construido de la Colegiata iniciada por Riaño y Hontañón. Dando así, por completo, “al traste con la colegiata planteada por los cinco maestros” (Urrea, p. 64).
Pero las cosas tampoco fueron demasiado bien con el cambio. Es cierto que en 1629 el cabildo seguía pensando que en 14 años estaría completada la obra (Urrea, p. 68). Pero 88 años después, en 1629, cuando no se había construido ni la mitad del nuevo edificio, se decidió poner en uso lo hasta entonces fabricado, y prácticamente se renunció a concluir el proyecto de Herrera. Chueca Goitia lo valora de esta forma: “Desandóse el camino andado, y otro nuevo templo volvió a elevarse, derribando los muros tiernos del edificio carolino (…). Mejor hubiera sido aprovechar lo hecho y seguir poco a poco conforme las fuerzas lo permitieran, para terminar la obra según el plan primitivo” (Fernando Chueca Goitia, La catedral de Valladolid, Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, 1998; p. 19).
En Valladolid, dando vueltas a los proyectos y a las obras en marcha. Y dejando las cosas a medias. Una tradición.
(Imagen del encabezamiento: “Plano de situación de las colegiatas. Copia moderna de un original de fines del siglo XVI, perdido”. Recogido en Urrea, op. cit., p. 15).