Incomprensible política de hermanamientos municipales y protocolos de amistad
El primer hermanamiento tenía algún sentido. La ciudad mexicana de Morelia, que hasta hace casi dos siglos se llamaba Valladolid, ofreció en 1978 a la nuestra hermanarse oficialmente. Y el alcalde de entonces, Manuel Vidal, pensó que con ese acto se abrían “inmensas posibilidades para la industria y el comercio españoles. Con un poco de habilidad será posible trascender las razones puramente sentimentales para lograr acuerdos económicos muy beneficiosos para España, y, especialmente, para Valladolid». No ha sido así, desde luego; pero el origen del hermanamiento (la denominación histórica de ambas ciudades) se entendía.
Luego vino Lille. Era 1987, y tanto la ciudad francesa como la española estaban gobernadas por socialistas. Nunca he entendido bien por qué nos hermanamos con Lille y no, por ejemplo, con Melbourne. Pues la razón oficial fue rendir “homenaje al prestigioso pasado de nuestras respectivas ciudades”, y formular “votos para su prosperidad y su desarrollo». Cualquier ciudad de pasado prestigioso (¿hay alguna que no lo tenga?) podría servir. Siempre pensé que el vínculo era el de “ciudades con LL”, pero una vez leído el protocolo he comprobado mi error. Lo cierto es que con esta ciudad se desarrollaron algunas actividades, y en 2004 una amplia delegación vallisoletana se trasladó a visitarla.
Dos años después de esa visita vino la estadounidense Orlando. Y en el documento (mucho más pormenorizado que los anteriores) se habla del “indudable lazo que estableció Ponce de León entre Valladolid y la Florida”: un tanto forzado, ¿no? Al año siguiente llegó Florencia, y aquí se desplegaron todas las capacidades intelectuales de los historiadores locales para armar una justificación que fuese irreprochable. Vean: “Son muchos los motivos que han animado a estas dos ciudades a aunar esfuerzos. Además de ciertas características socio-políticas, destacaremos que es bajo la monarquía de los Austria cuando Valladolid y Florencia estrechan sus lazos. La ciudad de los Médici mantiene una excelente relación con algunos de los monarcas hispanos, ya que es Carlos V quien reinstaura en el ducado florentino a los Médici en 1530. Fruto de estas buenas relaciones, en 1535 Cosme I de Médici, gran duque de Florencia, contrae matrimonio con una joven española, Dña. Leonor Álvarez de Toledo y Pimentel-Osorio. Gran protagonismo ha tenido en la historia del ducado florentino dos monarcas muy vinculados a Valladolid como Felipe II y Felipe III. De hecho, el convento de las Descalzas Reales de Valladolid conserva una valiosa colección pictórica de autores florentinos, solicitada por Dña. Margarita de Austria -esposa de Felipe III- a Cosme II de Médici”. Pues bien; después de leer sobre tanto Médici y tanto Pimentel, ¿quién puede oponerse a la hermandad?
Y ya puestos, y asentados en Italia, ¿por qué no ir hasta la otra Florencia, por qué no acercarnos a Lecce, “la Florencia del Barroco”? Dicho y hecho (estamos ahora en 2009). Aunque aquí se han dejado de lado las razones históricas y se ha argumentado en base a los contactos universitarios de los últimos años. Un argumento también flojo, obviamente, pero que ha parecido suficiente. Por último, también se han firmado protocolos de amistad con Boston (en 2007, por su experiencia en el «Gran Túnel», a pesar de que quizá no sea precisamente una actuación modélica), y con Ahmedabad (en 2008, en materia de conservación de patrimonio y de promoción de turismo, por iniciativa de la Casa de la India).
Veamos: ¿Para qué sirven los hermanamientos? ¿Cuánto cuestan? ¿Hay alguna idea que guíe la selección? ¿Se está trabajando en otros lugares con vistas a ampliar esta extraña familia? A la última pregunta creo que debe responderse negativamente; pues tanto la reciente publicación sobre ciudades hermanadas como la organización de la plaza del Torreón dan a entender que, por ahora, parece un ciclo cerrado. Pero tengo la impresión de que, se amplíe o no, se ha actuado con demasiada frivolidad. El último hermanamiento es de 2009, no de antes. Y repetíamos Italia. ¿De qué va esto? Leamos primero la declaración institucional firmada el pasado mes de septiembre por representantes de las cinco ciudades hermanadas con Valladolid. Allí se dice que “los hermanamientos unen, no sólo a los gobiernos municipales, sino a poblaciones enteras”, y que gracias a ellos “las administraciones locales, instituciones públicas y privadas, universidad, asociaciones, empresarios, ciudadanos, tienen la oportunidad de crear proyectos comunes que otorgan a las ciudades un gran valor añadido”. Es evidente que hay que replantear a fondo esta política tan extraña. ¿Tienen esas ciudades, precisamente esas ciudades y no otras, un especial interés económico o cultural para Valladolid?
Mas, al parecer, no deberían reducirse estos acuerdos a los aspectos económicos. Los hermanamientos se han venido recomendando desde el Parlamento y la Comisión Europea (en el protocolo de Lille se habla expresamente del interés por “mantener el sentimiento vivo de una fraternidad europea”), planteándose como “herramientas de gran utilidad, como instrumentos de mutuo aprendizaje”, porque “resulta de gran provecho conocer o intercambiar otras modalidades de gestión (…) promoviendo el diálogo y el desarrollo armonioso, a través de la cooperación y la comunicación entre las entidades locales de diferentes países” (esta cita es de la web de Valladolid Internacional). Pues si son esas las ideas en que se basan, ¿cómo es que no estamos hermanados con ninguna ciudad africana, por ejemplo?, ¿por qué con dos de Italia?, ¿qué esperamos aprender de esa selección tan extraña? Todo muy raro, no cabe duda.
(Imagen: Una plaza de Lecce. Imagen procedente de commons.wikimedia.org)
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