Blog de Manuel Saravia

Lviv, ciudad desconsolada

La mayoría vivimos en ciudades que guardan una historia que podríamos decir “lineal”. Con momentos de esplendor y otros de decadencia. Incluso de quiebra y tristeza. Pero hay ciudades a las que el destino les reserva un papel mucho más agónico. En las que cada tanto sufren angustias y abruptos atropellos, el ensañamiento de la fatalidad. La mala estrella.

La ciudad de Leópolis (Lviv en ucraniano, Lvov en ruso) es el centro histórico de la Galitzia ucraniana. Una ciudad grande y de gran valor cultural. Que cuenta con más de 700.000 habitantes y un espacio central majestuoso, patrimonio de la humanidad. Pero que sufre continuos episodios de dolor. Señalemos dos de su historia reciente. El primero, de 1945, que se describe en el libro de Adam Zagajewski Dos ciudades (Barcelona, El Acantilado, 2006). Contaba el autor sólo cuatro meses de edad cuando su familia fue obligada entonces a salir de la ciudad (que pasó a formar parte de la URSS), hacia Gliwice (que acababa de anexionarse Polonia). En esta última ciudad la población procedente de Lvov sustituyó a los alemanes que hubieron de abandonarla.

Los ancianos hablaban “de la ciudad perdida. De las colinas de aquella ciudad”. Porque “la ciudad que habían abandonado era la más bella del mundo”. Callejeaban “contemplando, con aire de sorpresa (…) el lugar donde les había tocado morir”. Miraban con desprecio las flores y los árboles de su nueva ciudad (Gliwice). “Sólo importaban los jardines que habían dejado allí, en el este”. Porque las hojas de los árboles de Lvov “eran eternas, infinitamente verdes e infinitamente vivas, indestructibles y perfectas; se movían con la ligereza y distinción de las aletas del delfín. Su único defecto era la ausencia”.

Es sabido que nos acostumbramos a todo. Y más, se median dos o tres generaciones. Y así Leópolis, o Lviv, o Lvov, se recompuso. Pero ahora, nuevamente aquí, en Lviv, “el éxodo embarca en el andén número 5 de la estación” (Cristian Segura, en El País, 7 de marzo de 2022). Porque esta ciudad es el centro, la puerta de salida en la huida de una Ucrania en guerra. Se asegura que la mayoría de los más de 1,5 millones de desplazados de la guerra pasan por la estación ferroviaria de esta ciudad fronteriza con Polonia. Por los andenes de donde parten los trenes hacia el país vecino, los trenes que llevan a lugar seguro a cientos de miles de personas. Y nos cuentan que en las pantallas del gran vestíbulo se proyectan fotografías de los bombardeos y la destrucción causada por las tropas rusas. Nadie los presta atención, porque les basta su propio dolor e incertidumbre. Con seguridad se llevarán a su nuevo exilio la vista y el recuerdo de esos árboles infinitamente verdes con que les despide la ciudad doliente.

(Imagen: Fotografía de Yuriy Dyanchyshyn, AFP, publicada en elmundo.es/album/internacional/. “Personas esperan un tren a Polonia en la estación de tren de la ciudad de Lviv, en el oeste de Ucrania”).


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