Vivimos una nueva crisis de refugiados. Pero no es novedad. En el año 2020 se presentaron en España 88.762 solicitudes de protección internacional, entre las que dominaban las de algunas nacionalidades: de tres países africanos (Mali, Marruecos y Senegal), y otros dos latinoamericanos (Venezuela y Colombia). Mas con el drama que hoy vive Ucrania se prevé una nueva llegada de refugiados de esa procedencia: un millón de ciudadanos, la mayoría mujeres y niños, ya ha cruzado la frontera con alguno de los países vecinos. Un éxodo parecido al que provocó la guerra de Siria, si bien esta vez los desplazados no han vagado por los bosques, muertos de frío, para acabar ante una alambrada de espino. ACNUR (la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados) estima que la cifra de refugiados en el mundo supera los 84 millones. Y que va en aumento, por la escalada de violencia, inseguridad y efectos del cambio climático.
Personas refugiadas son quienes se han visto obligadas a escapar de su lugar de residencia por la guerra, la violencia o la persecución. Hostigados, amenazados y violentados a causa de su origen racial o étnico, género, religión, opinión política, nacionalidad, orientación sexual, identidad de género o pertenencia a determinados grupos sociales. Son personas refugiadas porque escapan cuando el Estado del país en que residen no les garantiza protección y seguridad. Se ven obligadas a huir. Y se ha dicho bien: “ser refugiado no se elige”.
Ser refugiado es desear y necesitar vivir con seguridad. Sin la intranquilidad y miedo que tenía en su país, pero con una gran incógnita de futuro. Ser refugiado es hacer valer, en primer lugar, la patria universal de la que hablaba Juan Ramón Jiménez: “Sólo en el mar, lo universal, sol, luna, estrellas, son igualdad, libertad, fraternidad” (en El sol de los desterrados). O la que dictaba Adam Zagajewski (en Dos ciudades): la música, que “ha sido creada para la gente sin hogar porque es el arte que menos unido está a un lugar concreto. Es sospechosamente cosmopolita”. Pero ni del sol ni de la música se vive.
En nuestro país existe un sistema para la atención, acogida e integración social de las personas que buscan aquí refugio, seguridad y protección. Un sistema mixto en el que participa el Estado (a través de distintas instituciones), y determinadas ONG (Cruz Roja, CEAR, ACCEM y otras), que desarrollan y gestionan los programas sociales para solicitantes de asilo y refugiados a través de convenios anuales. Un sistema muy garantista, pero solo una vez que accedes: “el problema es lo complejo que resulta acceder a él” (Estrella Galán). De hecho, solo se resuelven favorablemente del orden del 10% de las solicitudes de protección presentadas, denegándose las demás.
El proceso inicial de acogida establecido dura de 6 a 9 meses, “aunque más tarde seguimos atendiendo a cada usuario de forma, digamos, más ambulatoria”. Cuando se admite a trámite la solicitud, el interesado recibe una tarjeta roja identificadora “que, por ejemplo, hoy por hoy no le permite, en la mayoría de los casos, abrir una cuenta corriente”. Y si no se admite o el proceso termina en una negativa, debe abandonar el país en 15 días, no pudiendo acudir a otro Estado miembro de la UE, “pues los expedientes son compartidos”.
El itinerario general de integración es un proceso gradual, encaminado a la integración de la persona y, en su caso, su familia, en la sociedad de acogida. En la primera etapa (fase de acogida) se pretende cubrir las necesidades básicas (con servicios de interpretación y traducción, asesoramiento legal y otros), y dura esos 6 meses que se decía antes. La segunda fase (integración) se inicia cuando las personas salen del centro o pisos de acogida, pero siguen requiriendo apoyo. Un acompañamiento, destinado a promover su autonomía e independencia. El itinerario podrá completarse con una tercera fase o fase de autonomía, en la que el beneficiario puede necesitar asistencia o apoyo eventual o esporádico en determinadas áreas. La duración de las tres fases es de 18 meses (6 cada una).
El sistema de acogida en nuestro país tiene, ese carácter de gestión mixta al que se aludía antes. Para la primera fase se cuenta con una red de centros de titularidad pública (Centros de Acogida a Refugiados -CAR- y Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes -CETI), y con “dispositivos” (centros o pisos) gestionados por ONGs. En estos momentos únicamente hay cuatro CARs, puestos en marcha a finales de los años ochenta (en Vallecas, Alcobendas, Sevilla y Mislata).
El Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones quiere incrementar ahora la oferta de plazas públicas gestionadas por el Estado, creando 5.000 nuevas, para lo que cuenta con 174 millones de euros de financiación de la UE. Está prevista la construcción de 10 nuevos CAR entre 2021 y 2024. Valladolid será una de las ciudades en que se levante uno de ellos, con unos 8000 m2 edificados sobre una parcela de poco más de una hectárea de superficie, situada en la confluencia entre las calles Dulzaina y Carraca, detrás del Hospital Pío del Río Hortega.
Los nuevos CAR son establecimientos públicos destinados a prestar alojamiento, manutención y asistencia “urgente y primaria”, en la primera fase del itinerario de acogida. Cada uno de ellos se calcula con capacidad para unas 200 personas. Actualmente hay en la ciudad de Valladolid 140 personas con protección internacional, en pisos o centros de las ONGs (Valladolid Acoge, Cruz Roja, ACCEM, Cepaim). El centro que se quiere construir es de concepción, programa y tipología sencilla. Constará de tres zonas (residencial, administrativa y de servicios comunes: cocina, aulas, comedores, talleres…). En él trabajarán del orden de 40 personas; 15 trabajadores propios (entre asistentes sociales, abogados y otros profesionales de administración y dirección) y 25 empleados externos para realizar diferentes tareas: seguridad, mantenimiento, lavandería y limpieza.
El objetivo, ya se ha dicho, es la integración completa de las personas residentes que accedan al CAR en el municipio de acogida, en Valladolid. Personas con el estatuto de apátrida y protección internacional, de las que se espera su integración completa en la vida urbana. Y para facilitarlo, el nuevo equipamiento. Una construcción abierta al entorno, con el que compartirá espacios de ocio, pistas deportivas y otras instalaciones. Formando parte ya, desde el primer día, de la ciudad.
(Imagen del encabezamiento: Trenes que llegan a Polonia con refugiados de Ucrania. Procedente de rtve.es).