Blog de Manuel Saravia

Sol y cosa

Recuerda Handke, en La repetición, a uno de sus profesores: “el que escribía cuentos”. Pero unos cuentos, curiosamente, que no tenían nunca una historia, “sino que eran meras descripciones de objetos y trataban siempre de una sola cosa, aislada, una cosa, sin embargo, con la que uno tenía que estar familiarizado”. En el cuento del profesor solo aparecía, por ejemplo, la cabaña, sin bruja ni fuego ni nada. Solo se veían escenarios de las acciones que cada uno podía recomponer cuando quisiera. Y nos dice Handke: “Sus ‘cuentos-de-una-sola-cosa’ debían ser, según el autor, ‘cuentos solares (…); ‘sol y cosa’; para él bastaba con esto; éste era ‘el estado de las cosas’. El aire del cuento -decía-, con una sola mirada puede subir a la copa del árbol”.

Nos vale bien esa forma de ver para describir esas cosas (y esas casas) que están a punto de acabarse. Lo polvoriento. Lo que ya casi solo posee esa pátina que se deposita en ellas. Rodeadas de una niebla que, sin embargo, nos permite “ver en la caducidad el rastro de su belleza”. Esas construcciones silenciosas, vacías, por donde “ya no pasa la arenilla de las conversaciones”. Malcuidadas, donde “la oxidación se ensaña”. Con huellas de sedimentaciones en los intersticios que nos hacen sentir en casa. Tocadas de muerte, pero que aguantan ofreciendo una imagen parecida a la entereza. “Escombros tenaces que se resisten a su ruina”. Y que nos recuerdan “el éxito de todos los fracasos: la enloquecida fuerza del desaliento”.

(Las citas son de Horacio Salas, Ángel González, Horacio Rega y Roberto Peregalli. Las de este último autor proceden de Los lugares y el polvo -Barcelona, Elba, 2020-, a quien hemos robado la fotografía de la portada del libro. Espero que no le parezca mal).

 


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