Es curioso leer, con gran lujo de detalles, el relato del programa Apolo, que llevó una nave tripulada a la Luna, en un libro de economía. En el capítulo 4 del texto de Mariana Mazzucato, Misión economía (Taurus, 2021), se explica la historia como si fuese una novela de aventuras. Está muy bien. Lo cuenta, naturalmente, desde el punto de vista que quiere defender, pues su objetivo es el de repensar la economía, basándola “en misiones concretas”. Como la de llegar a la Luna. ¿Y a qué misiones hemos de referirnos ahora, que puedan tener la misma fuerza de aquélla temeridad de los 60? La autora apunta con resolución al cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible, los ODS de Naciones Unidas, que habrán de ser las grandes “políticas terrestres orientadas por misiones” (moonshots, como le gusta decir).
Expone la historia del Apolo con mucha información. Cuenta programas, proyectos, pasos que se daban, detalles de la organización. Incluso personas concretas. Recordando, por ejemplo, el papel que jugaron las «ordenadoras» (programadoras), entre las que destaca Katherine Johnson, la protagonista de la película Figuras ocultas. Eso sí: yendo a lo suyo. Si se pensó en llegar a la luna hubo que actuar decididamente. Con una acción de gobierno que no se limitara “a corregir los mercados” y dar subvenciones o ayudas, préstamos o avales, a apoyar a distintos sectores. Una acción pública consciente y fuerte. Mazzacuto rechaza de plano la vorágine de externalizaciones de las últimas décadas (aunque se centra en Gran Bretaña, vale para muchos otros países, como el nuestro), a las que acusa incluso de ser las responsables de verdaderas tragedias nacionales. Reclama gobiernos capaces de asumir riesgos, de exponer con claridad los objetivos (las misiones), capaces de experimentar y de equivocarse (en Apolo, por supuesto, hubo innumerables errores y “momentos de infarto”). Y capaces también de saltar sobre la burocracia asfixiante para convertirla (no eliminarla, sino convertirla) “en una organización dinámica impulsada por la creatividad”.
En el libro se hace un balance de la “tecnología derivada” que se obtuvo de aquella misión, pues tuvo enormes (y conocidos) efectos multiplicadores. Y también de los costes de la operación: 28.000 millones de dólares de los años 1960-1973. Que actualiza a cifras de 2008 y los compara con “el coste colosal de las guerras de Vietnam, Irak y Afganistán”. Recordando también que “el programa Apolo costó alrededor de una cuarta parte de los 700.000 millones de dólares presupuestados para el rescate de los banqueros en 2008 (833.600 millones en dólares de 2020), cifra que excluye los costes sociales y económicos más amplios de la crisis financiera”.
Y vuelve a la carga: “El propósito del presupuesto es ayudar a cumplir la misión que le es asignada, ya sea esta poner a un hombre en la Luna, suplir la falta de vivienda o construir una ciudad nuestra en emisiones de carbono”. Su opinión no puede ser más clara: “Sabemos que la pandemia ha sido mucho peor de lo que debería haber sido. Si hubiéramos tenido sistemas de salud pública fuertes, si hubiéramos pagado lo que les correspondía a estos que llamamos ‘trabajadores esenciales’, la situación hubiera sido diferente. La austeridad masacró esa infraestructura social en muchos países. Una educación pública adecuada, una sanidad pública adecuada, un buen sistema de transporte público…, todo eso muere cuando impones la austeridad” (entrevista en El País, 16 de mayo de 2021).
Pero lo cierto es que no hay por qué pensar únicamente en misiones universales o en los ODS para viajar a la luna. ¿Por qué no plantear objetivos más claros y nítidamente definidos también en otras instancias? ¿Por qué no un mayor esfuerzo por determinar las acciones que puedan ser catalizadoras de los cambios y objetivos necesarios en cualquier área e instancia de gobierno? En todo caso, y entre tanto, siempre se lo podremos pedir a Frank Sinatra. “Llévame a la luna. Déjame ver cómo es la primavera en Júpiter y en Marte”. Cantar 60 o 600 veces con Frank Sinatra. Ahí vamos.
(Imagen: Buzz Aldrin fotografiado por Neil Armstrong el 21 de julio de 1969. Procedente de www.rfi.fr/es/ciencia).