“Hace un año visité Florencia por primera vez. Enfrente de su maravillosa catedral hay una estatua del arquitecto, y en el pedestal una inscripción en latín que logré descifrar con grandes dificultades. Decía: ‘Este es Arnolfo, el cual, encargado por el municipio de Florencia de la construcción de una catedral de tal esplendor que ningún genio humano pudiera superarla jamás, gracias al supremo don de su talento demostró la capacidad necesaria para llevar a cabo esa gigantesca tarea’. Encargado, ya ven. En el exterior de la catedral se hallan las famosas puertas de bronce de Ghiberti, del que se nos dice que empleó veintiocho años en hacerlas. No había en ese caso mecenas que lo respaldara; ningún economista calculó tampoco que si esas puertas de bronce se hubieran hecho en 25 años en lugar de 28, el turismo habría aumentado en tres años. El turismo ha aumentado en un tres mil por cien (…)”.
“Desde el momento en que dejamos que el cálculo económico lo invada todo, no hay nada ya que merezca la pena hacerse. Intenté imaginar lo que sería si hubiera encontrado una estatua del arquitecto frente a uno de esos altísimos edificios de oficinas que hay en Londres. Probablemente pondría: ‘Este es el Sr. R. W. Smith, miembro del Real Colegio de Arquitectos de Inglaterra, el cual, encargado por el Ilustre Ayuntamiento de Londres de la realización de un edificio de oficinas de un precio por metro y por centímetro cuadrado tan extremadamente bajo que ningún genio humano pudiera ofrecer otro más ventajoso, gracias a hallarse soberbiamente dotado de ordenadores demostró la capacidad necesaria para llevar a cabo esa mezquina tarea”.
(La cita -hoy todo el post es cita- corresponde a E. F. Schumacher, El buen trabajo, Madrid, 1980, p. 163 y 164. En la imagen se ve en primer plano el reloj de la Torre de Arnolfo del Palazzo Vecchio y, al fondo, la catedral de Florencia. Procede de firenze.repubblica.it/cronaca/2018/04/05).