Si hay un libro raro, ése es el de John Berger y su hija Katia (o Katya, pues firma de las dos maneras), titulado Tiziano: ninfa y pastor (Árdora, 1999). Recoge una serie de cartas cruzadas entre padre e hija sobre algunos de los cuadros de Tiziano más sensuales. Y ahora que el Museo del Prado expone una serie de sus “poesías” (las obras mitológicas que pintó para Felipe II) parece oportuno recordar algunos de aquellos comentarios paternofiliales. Que siempre concluyen: Besos, John. Besos, Katya.
Entresaco algunas frases. “¿Qué me parece Tiziano? En una sola palabra en una postal: carne”. “Con la hierba, las nubes y el barro, mi carne habría pasado a formar parte de la piel de la tierra”. “¿Por qué pintaba?: Deseo”. “Ningún otro artista se aproxima tanto a hacernos creer en la vida palpitante de lo que pinta”. “Las joyas [en el retrato de Isabella d’Este] tienen un poco la misma función que el arte del viejo Tiziano. Hacen que la carne parezca más carne”. “¿No surgirá la belleza (…) de una sopa en la que se mezcla todo, que mana sin ningún orden establecido, tomando a la vida por la cintura?”
Tomando a la vida por la cintura. Consideran, los Berger, que la “arrogancia magnificiente” del pintor le hermana con Maiakovski, Courbet o Fellini. Le reúne con todos aquellos “que quisieron comerse el universo”. Contemplando su pintura, insisten, “tenemos una sensación de liberación”. Una “reconciliación cósmica” que nos desembaraza “de todo el peso que llevamos a la espalda”. Porque derriba barreras. Porque “en el arte del viejo Tiziano, uno encuentra (…) una especie de desprecio por la frontera”. Y concluyen: “Es como si Tiziano y el pueblo de este país asumieran su papel de pecadores al mismo tiempo que mordieran ávidamente en todas las frutas prohibidas”. Y, sinceramente, ¿no es eso lo que pedimos al arte?
(Imagen: Tiziano, La ninfa y el pastor, Kunsthisthoriches Museum, Viena).