El último premio Cervantes, el poeta catalán Joan Margarit, es un personaje curioso. Los estudiantes de arquitectura lo conocíamos como profesor de estructuras, autor de varios libros con su compañero Carles Buxadé (Cálculo matricial de estructura de barras, Las mallas espaciales en la arquitectura; y otros más). Pero en esos mismos años ya se dedicaba también a escribir poemas. Donde ponía en cuestión la escuela misma, según para qué: “Aprendí más que en clase: / qué significa lucha, qué significa libre. / Cerraron el local. Siempre lo cierran. / Pero la multitud ya grita en otro lado”. Es más. Conocía ya entonces la necesidad de la poesía: “Fuera de la poesía, el hombre se encuentra a la intemperie”.
Este poeta que es también arquitecto (“yo soy un poeta que hace casas. Nada más”), el autor de Casa de misericòrdia (Barcelona, 2007), quien escribiera el precioso Cálculo de estructuras (Visor, 2005) considera que la poesía no solo es necesaria para el orden. Sirve “para poner orden interior y consolar de las penas”. También para el consuelo. Y no por la belleza, sino por la verdad. Porque “el mal poeta es aquel que cree que solo debe producir belleza”. El peor error que puede cometer un poeta, nos decía, “es pensar que, al encontrar solo belleza o solo verdad, ya puede escribir el poema, porque detrás de una ha de seguir por fuerza la otra. La inspiración es, precisamente, ese acto tan raro y difícil que consiste en localizar un lugar donde sea bastante probable que puedan estar juntas e inseparables verdad y belleza”.
El filósofo Remo Bodei, recientemente fallecido, a quien gustaba especular con la unión y correspondencia entre las distintas formas de lucidez, escribió un libro titulado Geometría de las pasiones (Barcelona, 1995), donde, consciente de que “ha desaparecido el muro divisorio platónico entre la parte racional y la irracional del alma, produciendo un cortocircuito entre racionalidad y deseo”, se preguntaba: “¿Por qué no concebirlas, al igual que la música, que une la más rigurosa precisión matemática con la más poderosa carga emotiva, como formas de comunicación ‘acentuada’ (…), actos expresivos”?
Esa música, “que combina el máximo de exactitud y rigor, tiene una estructura matemática muy precisa, de una parte, y el máximo de pathos, de vaguedad, de la otra”. Y volvemos así con las distintas formas de lucidez, entre las que no hay que buscar “soluciones o síntesis baratas. Hay que tener presente el elemento frío y el caliente de la racionalidad pura”. Y ahí está la poesía del catedrático de estructuras: geometría y pasiones en un mismo envoltorio.
(Imagen: Detalle del Duomo de Florencia. Foto de Adam63, de 2013, archivo Wikimedia Commons).