A poco que levantes o bajes la mirada, muchas cosas se relativizan. Cuando dejan de verse como las vemos siempre. De hecho muchas costumbres o suposiciones se pueden observar bajo el prisma de la superstición. Y advertir entonces que se trata de prácticas, ritos, tabúes o impulsos antiguos “que han sobrevivido a un cambio de doctrina religiosa” o de creencias de las que no es difícil impugnar su validez basándose simplemente en la lógica. Robert Graves escribió en 1963 un artículo (recogido en La comida de los centauros y otros ensayos, Alianza ed.) titulado “Prácticas de la superstición”, en el que se comenta una buena serie de este tipo de creencias y tradiciones.
Por ejemplo, los supuestos poderes mágicos de la luna llena (la diosa poderosa que aseguraba la fertilidad de la tierra y el amor) y el miedo a observarla a través de un cristal (el miedo a la muerte, pues en la mitología celta, al parecer, la luna se lleva al héroe a su castillo de cristal). La mala suerte que traen el gato negro o las plumas del pavo real. Lo mismo que abrir un paraguas dentro de casa. No se deben encender tres cigarros con la misma cerilla (algo cada vez más difícil de hacer) y no conviene ver a un sacerdote cabalgando sobre un caballo blanco (muchísimo más difícil todavía). Ni hay que pasar nunca el vino hacia la izquierda (contra el sentido de la marcha del sol). Ni cruzar debajo de una escalera (ése era el camino del cadalso). “La sal es el emblema de la hospitalidad y derramarla es una invitación a las reyertas”. Se toca madera “en honor del dios Wotan”, porque “controlaba a las nueve funestas Nornas”. No hay que silbar en los camerinos porque “el silbido atrae el viento”. O, por citar una más (en el artículo se recogen cerca de cuarenta), el número 13, que todo el mundo sabe que está conectado con la muerte: “En la Última Cena se sentaron a la mesa trece hombres. Uno fue crucificado y otro se ahorcó”.
Pero me interesa hoy comentar, en el mundo de las supersticiones, las cenas de Navidad, a las que también se refiere Graves. “La Navidad se convirtió en una encantadora mezcla de varios ritos paganos, entre ellos las saturnales romanas, la fiesta del abeto germana, la fiesta mitraica del Sol Invencible, varios advenimientos griegos del Niño Divino, la victoria celta del petirrojo sobre el chochín, los ritos druídicos del muérdago, y otros”. Una concentración de supersticiones como pocas. Encantadora, es cierto. Pero aunque, como dice el autor, “me encuentro mucho más cómodo entre gente ligeramente supersticiosa que con los racionalistas puros” (insiste: “en especial, me gusta la gente del teatro, que está colmada de supersticiones”), lo cierto es que a veces, como en este año, no viene mal recordar ese carácter mágico, pero solo mágico, de algunas prácticas como las cenas de navidad. Es magia, no necesidad. Y si no hay cena, no hay cena.
(Imagen: procedente de elpaís.com)