Y el racismo vuelve a emerger. La terrible muerte (terrible, terrible) de George Floyd en Minneapolis (la ciudad de bonito nombre), grabada y mostrada minuto a minuto, no puedo respirar, a manos de quienes han de defender la vida, ha conseguido eclipsar la tragedia de la pandemia que vive los Estados Unidos. La rabia, la indignación y el cansancio por un racismo que no desaparece, y que cuenta con el apoyo o la comprensión de una parte importante de la población norteamericana (y de otros países, también del nuestro) han vuelto a brotar con enorme fuerza, desencadenando una oleada de irritación y protestas de miles de ciudadanos en todos los países.
Pero con las protestas también se han empezado a ver gestos de reconocimiento. El más significativo es el de las rodillas hincadas. Que se ha visto, por ejemplo, en la hierba de muchísimos estadios del mundo. Pero que también han protagonizado policías de algunas ciudades norteamericanas, que se han unido a los manifestantes en la vergüenza y el rechazo de un racismo insoportable, de la discriminación e infamia que hace mucho tiempo que nadie pensaba que, décadas después, estuviesen tan vivas. Postrarse con humildad, rodilla en tierra: solo es un gesto, pero absolutamente urgente y necesario.
(Imagen del encabezamiento, procedente de www.unotv.com/noticias).