La semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo. Muy a menudo, el fanático solo puede contar hasta uno, ya que el dos es un número demasiado grande para él o para ella. A veces puede albergarse la esperanza de que inyectando algo de imaginación en algunos, tal vez ayudemos a reducir al fanático que llevan dentro. Y también pensemos que la conformidad y la uniformidad son formas morigeradas de fanatismo. Con frecuencia, el culto a la personalidad, la idealización de líderes políticos o religiosos, la adoración de individuos seductores, bien pueden constituir otras formas extendidas de fanatismo. Probablemente la esencia del fanatismo resida en el deseo de obligar a los demás a cambiar. Y sepamos que toda forma de fanatismo termina, tarde o temprano, en tragedia o en comedia. Por favor, no abandonemos el sentido del humor. Seamos conscientes de que cuanta más razón tiene uno, más gracioso se vuelve. Y mientras tanto: vive y deja vivir. El fanatismo es pegajoso. Se puede contraer fácilmente, incluso al intentar vencerlo o combatirlo. Fanático antifanático. Fanático es aquel “que no puede cambiar”, cuya urgencia es siempre la de “pertenecer a” y lograr que todos también “pertenezcan a”. ¿Cuál es el final? Amos Oz, a quien pertenecen todas las frases enunciadas antes (de su libro Contra el fanatismo), citaba con frecuencia la siguiente sentencia de John Donne (que también he utilizado aquí, en este blog, yo mismo): Ningún hombre, ninguna persona, es una isla. Es una península: la mitad anclada a tierra firme y la otra mitad mirando al océano. Contra el fanatismo, nos deberían dejar ser penínsulas.
(Imagen del encabezamiento: John Donne. Retrato anónimo hacia 1595. National Portrait Gallery. Fuente: Wikipedia).