Tenemos tres frentes de trabajo. El primero, un objetivo de certezas: cumplir con los derechos humanos y la igualdad. Está complicado; y de hecho, puede decirse que las condiciones para su cumplimiento han empeorado. Pero está muy bien definido. De manera que: a por ello. El segundo, hacer frente al nuevo capitalismo, al “fascismo posmoderno”, a la “tentativa de plegar el mundo a la lógica de mercado y someter a todo lo que se fuga” (Amador F.-Savater). Es probablemente más difícil aún de cumplirse que el anterior, porque ni siquiera está bien definido. Hay que “pensar desde las ‘averías’ que nos aquejan como ‘capital humano’: malestares como el agobio y la ansiedad, el cansancio y la depresión”. Pensar en “todo lo ‘vagabundo’ que nos habita y aprender a darle valor”. Pero, insisto, no es fácil transformar esa lucha en un programa de acción. Y el tercer frente: actuar a la defensiva, atrincherarse frente a lo que sabemos que hace daño. Frente a las grandes corporaciones voraces, cada vez más potentes.
Hoy ha habido elecciones. Con un resultado nada bueno. El acceso al gobierno es fundamental para actuar en los tres frentes enunciados. Y no está claro que pueda ser así. Pero, con todo, lo único que no podemos permitirnos es la melancolía. Ninguna postración que nos lleve a la tristeza y la pasividad. No podemos permitirnos ninguna resignación, ningún retiro melancólico hacia la autorreflexión ensimismada, a ninguna introspección machacona que desemboque en un triste sentimiento de vacío. Nada. No puede ser.
Porque no podemos perder el ánimo. Y para ello habrá que seguir trabajando, aún con más empeño. Acogiendo incluso gestos, signos o metáforas que nos puedan servir como impulsos del ánimo. De ahí que pueda proponerse (es una broma, pero insisto que todo puede servir): comer uvas. Lo que hay que hacer también es comer uvas. Tomasso Campanella, en La ciudad del sol (1623), entendía que se debían comer uvas en el otoño. Porque eran -se justificaba- un don de Dios contra la tristeza. Lo justificaba diciendo que cuando la melancolía nos amenaza, mata la utopía. Y para Campanella “la melancolía y la utopía se atraían y se aborrecían una a otra de manera hipnótica”. De forma que si llegaba la melancolía se acababa la utopía. Y eso no puede ser. Ánimo. A por las uvas y a seguir trabajando.
(Imagen: “Bodegón con cuatro racimos de uvas”. 1636. Del especialista en racimos de uvas, Juan Fernández, El Labrador. Museo del Prado)