Hoy vamos a empezar por la música. Ya está. Oigamos a Zélia Duncan, con Nilze Carvalho y Hamilton de Holanda, en esta preciosa canción: Naquela mesa.*¿No es buenísima? Pero es que, además, está dedicada ¡a una mesa! El tema, al parecer, es bastante viejo. De 1972. Lo cantó entonces Nelson Gonçalves con bastante éxito. Pero la versión que se ofrece aquí es mucho mejor.
La mesa “contaba historias”, nos dice Zélia. Pero no solo hablan las mesas. También sabemos, por ejemplo, que “la mochila late como un corazón” (Tranströmer). Porque todo lo que hay alrededor habla y habla sin parar. No hay duda: el mundo es un rapero infatigable. De los postes de alumbrado “brota un murmullo” (Cortázar). Y hay farolas que tienen “cicatrices” (Leonard Cohen). “Aquella papelera vacía corrompida por su tristeza quiere hablar con alguien” (Pedro Casariego). Las sombrillas del restaurante al aire libre se funden con las conversaciones “al rumor de los neumáticos sobre la grava del paseo” (Gil de Biedma). En fin: “aplauden los semáforos más libres de la noche” (García Montero).
La cuchara es “cuenca de la más antigua mano del hombre”. Y se ve en su forma “el molde de la palma primitiva” (Neruda). El sombrero duele “por tu amor” (Lorca). El pintalabios le sirve a Brossa para componer un poema-objecte. Y Valente hace hablar a un micrófono o a un destornillador “totalmente en desuso”. Machado quería que el vaso tuviese “tu morena gracia” y se llenase “de tu soñar gitano”. Para Borges la brújula tiene “algo de reloj visto en un sueño, y algo de ave dormida que se mueve”. Y hablando de relojes, ¿qué decir del despertador? Que es un reloj de compañía. Recordemos una vez más lo que decía Atxaga sobre la soledad: “situación en la que hasta el tic-tac de un reloj se convierte en compañía. Sentimiento de quienes se hallan en tal circunstancia”.
Juan Forn creía que “la biografía de un escritor vendría a ser como la historia de una silla, ¿no?”. Y lo decía, con sorna, porque pensaba que la mayoría de los escritores no llegaban en interés ni a la altura de la suela del zapato de sus propios personajes. Pues son más aburridos -decía- “que la silla en que se sientan” (un poco exagerado Forn). Pero lo cierto es que la historia de las sillas y los demás objetos que nos rodean puede tener más interés y gracia, y muchas veces ser enormemente más prolongada que la de quienes los vivimos… durante un tiempo.
¿Y qué decir de las amistades entre los mismos objetos, entre las cosas? Gonzalo Rojas empezaba así su poema titulado “Dos sillas a la orilla del mar”: “La abruma a la silla la libertad con que la mira la otra en la playa”. Efectivamente: tienen vida propia. Y desde su quietud nos acompañan, compadecen y estimulan: “¡Qué quietas están las cosas / y qué bien se está con ellas!” (Juan Ramón Jiménez). Sí: definitivamente, aquella mesa, “en un rincón, te echa de menos”.
(* Creo que la traducción correcta es “en esa mesa”. Pero “aquella” parece más próxima al original, y me he tomado la libertad de expresarlo así. Ya se sabe: traductor=traidor. La imagen del encabezamiento procede de https://www.youtube.com/watch?v=MiV8GarcHHo).