Blog de Manuel Saravia

Cada “ahora”

Ciclos, ciclos, ciclos. Todo está lleno de ciclos (ahí están los calendarios). Ciclos que se entrenudan como los rabos de las cerezas: si tiras de uno vienen todos detrás. Las noches y los días se suceden. Los amaneceres y los ocasos. Los ritmos del sol y de la luna. Los cuerpos celestes recorren periódicamente la misma trayectoria para volver al punto de partida. Cada 31 de diciembre, como hoy, se anuncia un nuevo año civil. Un calendario litúrgico define el orden del tiempo para los fieles de una religión. Y el calendario político se organiza en ciclos electorales. Las exposiciones internacionales y las grandes ferias, las manifestaciones culturales o deportivas; las efemérides, los carnavales, las vacaciones o los domingos pautan la actividad de los meses y los días. Por encima de todo, las estaciones (esos veranos) organizan inexorablemente la vida de las personas y los pueblos. Todo gira en redondo.

Pero nuestra sociedad se orienta también hacia el futuro, y sigue la flecha (ahí están los relojes y las agendas, las memorias, las esperas y los proyectos). Presa del “futurocentrismo”, somete a ese mismo futuro a una explotación desenfrenada. La vida, si no recuerdo mal, tiene unos 3.500 millones de años. Y al sistema solar y a la Tierra se les atribuyen mil millones de años más. Creo que es suficiente. Tenemos tiempo. La humanidad domina el fuego desde hace 500.000 años. Pero solo desde hace unos pocos miles organizamos la historia en épocas, en las que se suceden las generaciones y los hechos. Se reconstruyen estructuras (lo que permanece inmóvil en periodos extensos) y coyunturas (las fluctuaciones que se producen en los cuadros definidos por las primeras). Y los historiadores hacen también sitio a los acontecimientos (“discontinuidades reveladoras”, incluso “juegos de tronos”, si se quiere).

Pero el tiempo no se agota en ciclos y flechas. ¿Dónde dejamos el tiempo presente, el momento actual, este instante mismo en el que escribo o lees? Decía Krzysztof Pomian (en El orden del tiempo) que “cada ‘ahora’ desaparece para siempre jamás”. Ya. Todo será comido por los gusanos y desaparecerá para siempre jamás. Y los gusanos también serán pasto de otros gusanos. Pero solo en el ahora hay carne viva. Como en esos instantes “rechazados por los relojes”, “devueltos por las sombras”, “tiritantes de pavor frente al futuro”, que nunca se olvidan. Esos “instantes sudorosos de nada”, “acurrucados en la cueva del destino” (Alejandra Pizarnik, citada libremente). Feliz año, y felices ahoras.

(La imagen corresponde a la película de Truffaut Vivement Dimanche!; el poema –mal- citado de Pizarnik se titula “A la espera de la oscuridad”).

 


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