Estoy casi seguro de que el dedo de Arenales Serrano señala la estación. El plano no se ve muy bien, pero sospecho que podría decir más o menos lo siguiente: “Aquí está la estación”. Íñigo de la Serna apoya sus manos sobre el plano: es el ministro de Fomento, y puede hacerlo. Los demás miran muy atentos. “Caramba, pues va a ser que sí”. En la reunión no se observa ni un solo papel. Ni un solo número. No hace falta. Un planito de la ciudad es bastante para ilustrar lo que se pergeñaba: una bonita declaración política sobre el soterramiento. ¿Cuánto cuesta? Ni idea. ¿Qué otras opciones hay? Yo qué sé. ¿Dónde se inicia y dónde termina? A mí qué me cuentas.
Pero qué más da todo. Ancha es Castilla. Qué nos importa que se haga lo que se haga o que no se haga nada. Lo verdaderamente significativo es la fotita, con el planito y esas caras interesadísimas centradas en el plano. “Así que ahí está la estación. Quién lo iba a decir”. Ignacio Tremiño acerca su mano derecha al plano, no se sabe muy bien con qué intención. Alberto Gutiérrez mira atentísimo. Y mientras tanto, Miguel Ángel Cortés se limita a apoyar un dedo de su mano derecha. De Raquel Alonso solo se ve el pelo. Al doblarse un poco hacia ese plano de una ciudad que tiene en el centro una estación las corbatas azules se separan levemente del cuerpo, con donosura. Qué bonito retrato de familia.
También está, a la izquierda de la imagen y algo separado del grupo, el presidente de Adif. ¿Comparte el lector o lectora la impresión que me produce? No sé. Yo creo que, con las manos en guardia y un paso atrás podría estar pensando: “Madre mía”.