Pocos libros más tristes que el de Svetlana Aleksiévich sobre El fin del ‘Homo sovieticus’. Transcribe las numerosísimas conversaciones que sostuvo entre 1991 y 2012, con todo tipo de gente, y que dan cuenta del fin de una época, del acabamiento del régimen soviético (de la “época soviética”) y la mutación del mundo que vivieron tantos millones de personas y que, en pocos años, se quedaron sin armazón alguno que sustituyese la fe con la que fueron educados.
Allí aparecen “personas incapaces de sustraerse a la historia con mayúsculas, de despegarse de ellas, de ser felices de otra manera”. Personas que son incapaces de abrazar el individualismo de hoy, cuando lo particular ha acabado ocupando el lugar de lo universal. Porque los seres humanos quieren vivir sus vidas, sin necesidad de hacerlo movidos por un gran ideal. Y eso es algo que no ha conocido nunca Rusia, como tampoco es algo que haya aparecido nunca en la literatura rusa. Los ideales, al fondo y a lo bruto.
El libro es tristísimo. Tremendo. Muchos de los relatos son de suicidios. Pero… en la mayoría de los casos se trata de personas que ya habían muerto antes. Los títulos de las historias son extraordinarios: “De una soledad muy parecida a la felicidad”; “De los muertos que no le hacen ascos a nada y del silencio del polvo”; “Del deseo de matarlos a todos y del horror que produce después haberlo deseado”; “De la dulzura del sufrimiento y de los trucos de que es capaz el espíritu ruso”; “De la belleza de las dictaduras y el misterio de una mariposa atrapada en un bloque de cemento”; …
El estilo es curioso. Todo el libro está lleno, repleto, de puntos suspensivos. Porque la gente habla… entre puntos suspensivos. Mil relatos entre puntos suspensivos para dar cuenta del enorme peso que tenía la historia común. “Mi padre solía recordar que su fe en el comunismo surgió a raíz del vuelo de Yuri Gagarin. ‘¡Hemos sido los primeros! ¡Somos capaces de todo!’, se dijo. Y en esa fe nos educaron él y mamá (…). La desilusión me llegaría más tarde”.
Pero cuando una mujer nos habla “De la crueldad de las llamas” recuerda cómo él (uno cualquiera, uno de los personajes) “se pasaba las noches tumbado en la cama con los ojos abiertos. Callado. Yo le decía algo y no respondía. Un día dejó de hablarnos. Sufría mucho. No sufría por nosotros, por los suyos. Sufría por el país. Así era él (…). Y un buen día se fue a la huerta, sacó las patatas. Volvió a casa, se abrigó bien y se marchó a su fortaleza. ¡Habernos dejado aunque fuera una nota! Le escribió al Gobierno y a gente que nos es ajena. Y a nosotros nada, ni una palabra…”.
(Imagen: el rostro de Svetlana Aleksiévich, procedente de http://www.minutouno.com/notas/1295899-conoce-los-libros-publicados-svetlana-aleksievich-la-ganadora-del-premio-nobel).