1. Daniel Torres. No puede entenderse la vivienda, lo que significa la vivienda, si no se repasa su invención y su historia. Con la ayuda, por ejemplo, de libros clásicos como el de Witold Rybczynski (La casa, historia de una idea, de 1986), o de la enorme Historia de la vida privada dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby. Y también con el libro que acaba de aparecer ahora en Barcelona: el precioso volumen gráfico de Daniel Torres, La casa. Crónica de una conquista (Norma, marzo de 2016). Un libro grande, sólido, intencionado, completo. Y muy bonito. Que recorre de principio a fin el deseo y la pulsión de la casa propia, del alojamiento. De ese “edificio, o parte de él, destinado a un uso autónomo, que haga posible el desarrollo de la vida individual y privada” (F. Ramón). Destinado a un uso que, “amparado en la inviolabilidad del domicilio no dependa, en su ejercicio, de intervención ajena a la propia voluntad del usuario”.
2. Quinto Horacio Flaco. El viernes asistí a un congreso titulado “Promoviendo el acceso a la vivienda”, en el Colegio de Abogados de Valladolid. La intervención se había titulado “Ruralizando las ciudades y urbanizando el medio rural”, y no pude por menos que acordarme de los muchos textos que hablan de las ventajas de la vida en el campo. Del Menosprecio de corte y alabanza de aldea, de Antonio de Guevara, por ejemplo. O del elogio de la vida rural de Horacio (de quien hablaremos en el urbanismo de Valladolid dentro de poco, por cierto), en su Beatus ille, donde canta las “deslumbrantes maravillas” de la vida campesina. Hoy actualizado en las propuestas de “renaturalización de la ciudad”, en el énfasis en la agricultura urbana o en el debate sobre el decrecimiento. Pero relacionado también con la idea misma de la vivienda ideal. Que sigue siendo la casa unifamiliar, grande y con jardín. La de la vida en el campo. En todas las evaluaciones o encuestas que conozco siempre triunfa esa tipología, muy por delante de todas las demás. Un estudio reciente, de noviembre de 2015, vuelve a verlo así; y la elección de vivir en una casa unifamiliar con jardín gana por goleada: es la preferida por el 74,6% de los entrevistados.
3. Alexander Klein. El caso es que la vivienda ideal, o al menos la vivienda digna (cuyo horizonte es la anterior), ha de ser generalizable, y por eso mismo cuantificable. En la segunda y tercera década del pasado siglo hubo un amplio debate sobre la cuestión. Cuando menos se construía, más se estudiaba: ¿por qué no hacerlo ahora? La figura de Klein fue determinante. Y su libro sobre La vivienda mínima se constituyó como una referencia obligada. Ahora, hoy, tendríamos que volvernos a plantear las características que debería tener esa casa mínima para que pudiésemos considerarla digna. Qué tamaño, qué altura, qué volumen, qué soleamiento, cuánta luz, qué acceso, qué aireación, qué distribución, qué servicios, qué instalaciones, qué relación con la calle, qué aislamiento, qué todo. Y qué jerarquía entre los distintos parámetros. De forma responsable, no infantil. De forma que verdaderamente se pueda asumir para todos los hogares. Un debate inaplazable.
4. Henry Dunant. Uno de los aspectos más valorables del ideólogo de la Cruz Roja no es, en mi opinión, su idealismo. Sino su realismo radical. Pues, ciertamente, lo mejor es que no haya guerras (ahí estaría el idealismo). Pero las va a haber (aquí el realismo). Y estaría bien constituir una organización que se encargue de atender a los heridos, sin fijarse en qué bando del conflicto estén. Hay guerras, habrá guerras, convendría una organización que atienda a los heridos. Sin que dejemos de trabajar para que no haya guerras. De forma semejante (salvando todas las distancias) habrá que promover una vivienda para cada familia, para cada persona. Pero, con absoluta certeza, va a haber hogares que, al menos temporalmente, no tendrán vivienda. Y por eso habrá que promover un parque público de viviendas de alquiler social, amplio, creciente, fácilmente accesible. De viviendas “blancas”, sin acentos, para ser usadas por todos. Nos valdría incluso el lema de Dunant: “Tutti fratelli”, todos hermanos. Antiguo, es posible, pero significativo.
5. El Duque de Alba. Porque es curiosa la ironía de Horacio. Que sonreía al ver cómo algunos de los que alababan las ventajas del campo sobre la ciudad, lo hacían cómodamente instalados en mitad del foro. Y, en efecto, también se da esa misma contradicción en la encuesta sobre la casa ideal que antes citamos. Según aquel sondeo se quiere una casa grande, muy grande (la de unos 150 m2 es la preferida), unifamiliar y con jardín: propia del campo, pero situada en el corazón de la ciudad. Pues, en efecto, más de la mitad de los encuestados (el 55,2%) prefiere vivir en ciudades medianas y grandes, mientras que las zonas rurales solo las querría un escuálido 5,2%. Vaya. A ver si la casa ideal va a ser el Palacio de Liria, la residencia del Duque de Alba. Porque desde luego está emplazada en el centro mismo de Madrid (Princesa, 20); es grande, muy grande (cuenta con más de 200 estancias) y está rodeada de magníficos jardines. O sea que sí; que la casa ideal va a ser la del Duque, y nosotros sin habernos enterado.
(Imagen de Google Maps).
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