El mes próximo se cumplen 20 años del “Llamamiento europeo a una ciudadanía y una economía plurales”, publicado en Le Monde, que empezaba así: “Todo el mundo lo ve: la economía produce más, pero la sociedad se deshace”. No se podrá remediar –continuaba- “esta evolución catastrófica si se ignoran los tres lazos que unen las tres mutaciones que padecemos”: la mutación tecnológica (“informática”), la mutación económica (con nuevos motores del crecimiento “bajo la dependencia de conglomerados financieros mundiales”) y la mutación sociocultural.
Proponían la instauración “de una política económica y social resueltamente innovadora”, fundada en “la hibridación entre la economía privada, la economía pública y la economía asociativa y no monetaria”. Un proceso que podría entenderse como “de mestizaje económico”, y que tanto en el “Llamamiento” como en la Asociación Europea por una Ciudadanía y una Economía Plurales, creada poco después, denominaban “economía plural”.
La ideología pluralista viene de atrás, y no se limita a la economía. Hay quien la valora por acoger la diversidad, o por sus métodos para alcanzar la estabilidad, por la protección que ofrece a los derechos, por impulsar la creatividad, por promover la participación, o por “su búsqueda de consenso sobre metas comunes” (Connolly). En cualquier caso, y sin entrar en el debate sobre los modelos pluralistas sociales y culturales (el debate sobre el relativismo cultural, por ejemplo), y aunque hayan transcurrido 20 años muy convulsos desde 1995 a hoy, no estaría de más recuperar el pulso de aquel ya casi viejo llamamiento (firmado, entre otros muchos, por André Gorz, Alain Lipietz o Chantal Mouffe).