Ha habido suerte. Hoy es el día del libro y se nos aparece Michel de Montaigne. Y una buena manera de celebrarlo puede ser la de recoger algunos párrafos (espigados) del capítulo de sus Ensayos titulado “El arte de conversar”. Empezando por la alta valoración que le merece este ejercicio. “El ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es, a mi juicio, la conversación. Encuentro su práctica más dulce que cualquier otra actividad de nuestra vida”. Es decir, lo mismo que diría Alberto Bustos.
Montaigne sugiere que al conversar lo primero que no ha de perderse es la tensión (“la conformidad es una cualidad del todo estomagante en la conversación”); ni puede admitirse el engolamiento pelma (“pavonearse con el ingenio y el palique se me antoja que es oficio impropio de un hombre de honor”). Como en la lucha libre, todo vale en la conversación. “Ninguna proposición me asombra, ninguna creencia me solivianta, por contraria que sea a la mía. No hay fantasía tan frívola y extravagante que no me parezca producto del espíritu humano”. Ni siquiera han de proscribirse en este deporte del palique las manifestaciones de incoherencia, pues estimulan el juego: “Las contradicciones en el juicio ni me ofenden ni me alteran; únicamente me despiertan y ejercitan”.
Se trata de un ejercicio en el que casi más que el contenido, las ideas, importa el orden en que se exponen. Montaigne lo tiene claro: “No exijo tanto fuerza y sutileza como orden (…). Todo hombre puede hablar con verdad, pero ordenada, prudente y diestramente, muy pocos”. Y obviamente (lo sabíamos) la buena conversación alimenta la amistad. “Una amistad no es bastante firme y generosa si evita la controversia (…). Cuando alguien me contradice, despereza mi atención, no mi cólera; me acerco al que me lleva la contraria y me instruye”. Porque “la causa de la verdad debería ser la causa común de uno y otro”.
En definitiva, ¿para qué puede servir hablar tanto y hacerlo bien? Pues depende. Ya que vemos “cada día a los más simples entre nosotros llevar a cabo grandes empresas, tanto públicas como privadas. Y, así como Siramnes el persa respondió a los que se asombraban de que sus negocios le salieran tan mal siendo sus razonamientos tan preclaros que él solo era señor de sus razonamientos, pero que del éxito de sus negocios lo era la suerte, éstos podrían responder lo mismo, pero en sentido contrario. La mayor parte de las cosas de este mundo se hacen por sí mismas”. Vaya jarro de agua fría. ¿También en el éxito político el arte del convencimiento no depende de la buena conversación y se da por sí solo?