“El mundo, animado por el tiempo, es una melancolía que llora” (Bachelard, El agua y los sueños). Dudé en poner esta frase en la voz “lluvia”. Pero vino sola hacia la melancolía. Donde también había otras buenas frases para empezar. Por ejemplo éstas de Víctor Hugo: “La melancolía es un crepúsculo. El sufrimiento que se funda en una sombría alegría. La melancolía es la felicidad de estar triste” (Los trabajadores del mar). De manera que el mundo es una forma de la melancolía, y la melancolía es una forma de la felicidad.
Una dicha a la que, según Innerarity, parece haberse abonado la izquierda: “La derecha tiende al cinismo y la izquierda a la melancolía”. Está convencido el autor vasco de que “la capacidad de aprendizaje de la derecha es muy rápida porque aplican aquello de ‘si no te gustan estos principios, tengo otros’, y por ello tiende al cinismo, mientras que la izquierda tiende a la melancolía”. De ahí que “después de las derrotas siempre tiende a pensar que la realidad está equivocada. Y luego se encuentra en medio de una larga marcha para renovar los principios y volver a la aplicabilidad práctica”.
¿Qué hacer? Timothy Bright escribió en 1586, en Londres, un Tratado de la melancolía que, al parecer, leía Shakespeare con fruición. Según él, “el melancólico es suspicaz, se muestra circunspecto, está lleno de temores, es proclive a tomarse todo a la tremenda y apasionado en extremo cuando se le estimula”. Sí: sin duda hablamos de la gente de izquierdas en determinados periodos. “Estos individuos vacilan siempre y deliberan durante mucho tiempo”. “Convierten cualquier decisión en el fruto de una larga deliberación”. Sí: son ellos, no hay duda. Somos nosotros y nosotras.
¿Qué hacer, decíamos? El médico inglés, entre otras muchas recomendaciones, sugiere determinados hábitos alimentarios. Por ejemplo, “los testículos de gallo joven proporcionan un buen alimento para los melancólicos”. Vaya. Innerarity hace otra propuesta: La izquierda –dice- “tiene una relación más bien normativa con la realidad (…), son gente acostumbrada a decirle a la realidad lo que esta tiene que ser, en lugar de aprender tras un fracaso”. ¿Aprender tras un fracaso? Humm: quizá sea más fácil lo de los testículos del joven gallo.