¿Y por qué no hacer referencia a los cuentos, las novelas de caballería, la épica? ¿Por qué no hablar de los gigantes, esos seres fabulosos que habitaron antes que los humanos la Tierra e intentaron (sin éxito) arrojar a los dioses del Olimpo? Y así se hizo. Pero no hablamos del Quijote, sino de William Beveridge, el artífice del Estado del Bienestar, quien para articular su discurso habló de los “cinco gigantes” que se debían combatir: “la Necesidad, la Enfermedad, la Ignorancia, la Miseria y la Pereza”.
Era un tipo curioso. Un funcionario que a los 62 años (magnífica edad), en junio de 1941, fue llamado por el Ministro para la Reconstrucción del gobierno de coalición de Gran Bretaña, el laborista Greenwood, para que presidiese un comité interministerial sobre la coordinación de los seguros sociales. Aceptó a regañadientes, pues desde luego esperaba otra misión bien distinta, que le resultaba más atractiva. Se ha dicho que “fue el inicio más extraño de una de las más grandes aventuras, el establecimiento del moderno Estado del Bienestar” (Timmins).
Con todo, se sobrepuso y trabajó rápido. A finales de 1941 ya estaba presentando un informe sobre la reorganización de los seguros sociales que implicaba el diseño de “un servicio nacional sanitario para la prevención y el tratamiento completo”, además de “ayudas universales por todos los hijos hasta los 14 años”, y el pleno uso de los poderes del estado “para mantener el empleo y para reducir el desempleo a uno de tipo estacional, cíclico y ocasional, esto es, a un tipo de desempleo que sea adecuado para su tratamiento mediante prestaciones en dinero”.
Tuvo enormes problemas y resistencias, y hasta de los mismos funcionarios que colaboraban con él, que no quisieron firmar este primer informe. Pero en diciembre de 1942 publicó otro informe, titulado “Seguro social y servicios afines”, que tuvo una recepción pública clamorosa. Se editaron 200.000 ejemplares que se agotaron pronto. De hecho, la noche anterior a su publicación se formaron colas para adquirirlo. Luego vendrían las propuestas sobre educación y vivienda.
Por supuesto, las implicaciones económicas eran importantísimas. Tanto que el Ministro de Hacienda llegó a decir que el plan conllevaba “un compromiso financiero impracticable”. Keynes lo defendió. Pero sobre todo era la población quien lo apoyaba decididamente: el 86% estaba a favor del informe Beveridge. “De repente, después de tres años, había un futuro que valía la pena, y que la época exigía que fuese muy diferente del pasado”.
Beveridge, un tipo raro, era muy aficionado a las listas. Hablaba en estos escritos tan pronto de “diez leones en el camino” como de “seis principios” o “tres supuestos”. Pero la breve lista que realmente hizo fortuna fue la de los “cinco gigantes”. Lo dicho: no hay como acertar con los nombres en las buenas causas para que los obstáculos, por gigantescos que sean, acaben removiéndose.