Seguimos a vueltas con el capitalismo. Porque no tiene buena reputación. Con la crisis son muchísimos los hogares que están sufriendo cambios tan graves que ponen de manifiesto que el modelo de integración excesivamente basado en la dinámica del mercado (del trabajo, de la vivienda, del crédito) no se sostiene. Y la dinámica de exclusión desembocará en la ruptura de la cohesión social.
Un panorama del “sálvese quien pueda” que caracteriza la actual deriva del capitalismo. Con el predominio de un “individualismo rampante”, el incremento de las desigualdades sociales (que debilitan la cooperación) y el desarrollo de nuevos sistemas tecnológicos propicios al aislamiento. Con una mercantilización sin límite que tiende a convertir al conjunto de la vida social en mercancía. Y con un gravísima inconsciencia medioambiental. Desde hace tiempo se da por hecho que el capitalismo, al estar basado en el crecimiento y la acumulación constante, acabará agotando los recursos naturales del planeta.
Pero últimamente se pone el acento en la incompatibilidad entre capitalismo y “vida buena”. En la contradicción entre esta forma hegemónica de organización de la vida (en las esferas económica, política y social) “y el anhelo de felicidad que no solo ha sido, con diferentes matices, una constante en nuestra cultura, sino que se ha consolidado como una de las instancias más importantes de nuestro imaginario colectivo. ¿Acaso tiene sentido seguir hablando de sociedad para referirse a un grupo humano en el que una mayoría creciente de sus miembros se siente profundamente desgraciada?” (Manuel Cruz).
No lo tiene. Y si la actual “deriva del capitalismo está poniendo en peligro la sociedad misma”, si quiebra la posibilidad de otra forma de vida más digna y más justa, habrá que darle la espalda. Y mirar de nuevo, con Frantz Fanon, a la tierra. Porque “la tierra no solo nos dará pan, ante todo la tierra nos dará dignidad”.