Algunos días hay muertos. Y muchos más se cuentan los heridos. Con llagas profundas y desgarradoras. Unas pérdidas de todo orden que se sienten terribles. “Dale a mi novia esto si la encuentras un día”. Se llora. Se llora mucho. Se tiene miedo. Hay un sentimiento (disperso, desordenado y confuso, pero muy intenso) de agresión, de violencia, de robo, de desastre. Tenemos la sensación de que estamos viviendo una guerra, tan cruel como todas las guerras, y que podemos perderla. Una guerra de nuevo cuño, con el enemigo emboscado (cobarde, despreciable, sin un gramo de honor), pero sangrienta y dolorosa como siempre. No se ven tanques ni caballos. No hay rifles, no hay cañones. Pero la realidad abrasada se clava en el corazón como puñales afilados.
Por favor: no intento hacer literatura. Lo sé: basta negarlo para abrir sospechas de que eso es precisamente lo que se busca. Pero ahora no necesitamos versos complacientes. Intento describir con palabras prestadas lo que está sucediendo: una guerra sin campo de batalla bien determinado, sin que se oiga acercarse el zumbido de los bombarderos, sin destrucción física inmediata, sin fuego, sin napalm, sin batallas cerradas. Pero guerra. Sin ninguna duda. Con sus enfermos, con sus heridos, sus ruinas, sus bajas, sus entierros. Con su dolor, con sus enormes pérdidas. Con una enorme sensación de injusticia. Con espacios que antaño fueron pródigos, felices, hoy arrasados.
En la calle hay manifestaciones todos los días. En la radio, declaraciones como ametralladoras. Hace poco llamaron criminales a los criminales y se consideró un escándalo. Qué piel tan fina. Pero el terror avanza sin compasión y sin medida, y ni siquiera sabemos hasta dónde quieren llegar. Estamos conmocionados en medio de un bombardeo en toda regla. Que todo lo fumiga: todos los bienes que tenemos, incluso las palabras. Sangre y ceniza. Van a por todo con lo que podamos defendernos. Van a por la justicia. Van a por la razón. A por la memoria. Van a por todo. Todo lo destrozan. Pero hay que defenderse, como siempre ha sido: abrazándonos y resistiendo. Y andando sin parar. Con uñas y dientes. Toca resistir en todo orden. ¿Con las manos?: con las manos.
Resistir en lo grande y en lo pequeño. Sin olvidar las pequeñas batallas, las escaramuzas, los pequeños bienes, las bazas menudas. En ellos está la vida, lo sabemos. Pero creo que ahora no podemos quedarnos bajo el influjo de pequeñas estrellas. Me refiero al poema de Wislawa Szymborska titulado “Bajo una pequeña estrella”. Leemos: “Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria”. Pero hoy no podemos olvidarlos. “Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado por alto a cada segundo”. Pero hoy no podemos pasar nada por alto en ningún momento. “Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero”. Pero hoy tenemos que amar todo, lo viejo y lo nuevo.
“Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa”: nos gustan las flores, pero hoy aquellas guerras son también la nuestra. “Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo”: nos duele el pinchazo, pero no podemos dejar de sentir la llaga. “Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco de un minué”: agradecemos el minué, pero no olvidamos las profundidades. En fin, concluyamos. “Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas”: Bienvenidas las pequeñas respuestas, esta es vuestra casa. Pero es también momento de las grandes preguntas. O vamos a por todas, o no sobreviviremos esta terrible guerra. Lo siento: así lo veo hoy.
(Imagen: Destrucción en el frente alpino de 1915. Foto de Lohengrin Giraud. Commons.wikimedia.org).
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