Vale, lo acepto. El título es todo lo que se quiera: rebuscado, largo, feíllo, la palabra “chagaliana” no existe, el juego es demasiado elemental, tiene una coma en medio (que molesta como una china en el zapato), etc. Todo mal; muy feo, pero ha salido así. O sea: seguimos. El titulillo pretende encabezar un breve texto sobre la exposición que hasta el 20 de mayo se cuelga en la sala de la Pasión de Valladolid. Ahí están, limpiamente dispuestos y bien enmarcados, varias decenas de los grabados que Marc Chagall hizo para ilustrar las fábulas de La Fontaine.
Chagall era un tipo curioso, muy raro (era pintor), del que podríamos decir, por decir algo, que vivió para volar. Extraño, pero que, según le veo, aportaba en sus obras la sencillez de las cosas, las imágenes de la niñez (como un Martín Garzo de la pintura y de otro siglo), los colores vívidos (que no aquí, tendentes hacia una sola tinta), la ingenuidad y la fantasía de la belleza. Primitivista, elaboró una simbología propia alrededor de su vida íntima.
Las fábulas que ilustra nos traen relatos elementales, generalmente con sólo dos personajes (animales humanizados que caricaturizan los rasgos, aunque en los dibujos de Chagall hay también muchas personas dibujadas), en posiciones bien distintas y con sentimientos también opuestos. En medio de esos relatillos se produce siempre un giro más o menos inesperado o sorprendente que sirve para evidenciar la verdad de las cosas, lo bueno y lo malo, la moraleja. Todo, repito, muy elemental.
Y La Fontaine era también un personaje llamativo (curioso, podríamos decir también de este “gentilhombre”), que gustaba entrelazar humor y sutileza, fantasía e ironía, lo clásico y lo popular, la felicidad de lo razonable y el sentido de la medida. Vivió una vida aristocrática, pero realizó un trabajo literario finalmente muy popular. No obstante sus fábulas, que tenían evidentes intenciones educativas, estaban dirigidas al Delfín de Francia.
De manera que nos encontramos en la exposición con imágenes sencillas pero oníricas, relatos elementales y pedagógicos dominados por el propósito de poner en valor el “sentido común”. Y como quiera que hay tantos dibujos y tantas fábulas (un centenar) no será difícil elegir uno y otra. A la propietaria de los grabados el que más le gusta es el de la zorra y las uvas. Pero cualquiera puede elegir dibujo y fábula. Pues del mismo modo que son habituales preguntas sobre la música favorita, la película preferida o incluso cuál es tu color, bien podría preguntarse también: ¿cuál es tu fábula favorita? Porque además resulta sencillísimo leer la actualidad en clave de fábulas ¿La zorra y las uvas?: Rubalcaba. ¿El gato y la zorra?: la Agenda 21 de Valladolid. ¿Los dos pichones?: el rey en Botsuana. ¿El oso y el floricultor?: Cascos en Asturias. ¿La cigarra y la hormiga? ¿El gato, la comadreja y el gazapillo? ¿El asno con la piel de león? (Los ejemplos de estos últimos los dejo a gusto de quien lea este post). Y así cuantas se quiera.
Con todo, lo que personalmente más me gusta es la portada de la colección (la imagen que encabeza este comentario). Y no tanto el dibujo, sino las letras “dibujadas”. Sin admitir que se superpusiesen las de imprenta, Chagall también se puso a dibujarlas: FABLES (fábulas, en francés), en letra romana con unos pequeños sombreados, de cierto tamaño y en el centro de la composición. Arriba, bailando, entre las ramas del relato, el nombre del autor de los textos, “La Fontaine”, junto a una pequeña luna. Y abajo, casi escondida, la firma del dibujante. Todo, por tanto, natural, sencillo, ingenuo, primitivo, masticable.
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