Con la canción titulada “Aguas de Março” Antonio Carlos Jobim quiso ofrecer una imagen musical del revuelto panorama de las tormentas de inicio del otoño brasileño. Las aguas de marzo arrastrando esto y aquello. Un paisaje desordenado quizá, alborotado por la mezcla y el aguacero, cuando las lluvias de marzo se llevan por delante palos, piedras, pedazos de vidrio, un nudo en la madera, un pez o un alfiler, pero también piezas más simbólicas como «un acantilado», «el final del camino» y mil cosas más. El ritmo, la música y la letra son una constante enumeración de los elementos que arrastran las aguas y los torrentes. Pero eso sí: se trata de una operación de limpieza que hace la naturaleza cada año para que “la promesa de la vida” pueda vuelva a brotar. Una metáfora, la de las aguas de marzo, tan sencilla como cautivadora.
Y henos aquí, a finales del marzo del calendario, pero también después del inmenso verano de unos años dañinos. Y la metáfora se nos antoja inevitable: deben llegar aguas y torrentes para limpiar y llevarse lo que ya está seco, sin vigor, sin vida, lo que impide esa promesa que nos decía Elis Regina en una de las mejores versiones (y mira que hay) de este tema, en un mano a mano con el propio autor, en 1974. Pues sí: que con Elis se abran paso las aguas de marzo, y que como ellas limpie también la huelga de marzo todo lo que se pudrió en el último verano.
(Imagen procedente de youtube.com)