Lo dice exactamente la dedicatoria: “Por los lentos logros; los silentes, jubilosos y sin ornato”. En general, supongo que las dedicatorias personales no deberían hacerse públicas. Pero ésta es tan afectuosa y tan celebrativa (casi un brindis) que no he podido resistirme a compartirla aquí. Estoy seguro de que a la amiga que la escribió no le parecerá mal.
Y es que el conjunto de 45 relatos breves recogidos en ¡Cuéntame un cuento que no te sepas! (XX Taller de Creación Literaria, Valladolid, MAAS, 2013) es, en efecto, una colección de otros tantos logros. Con algunas historias muy amables, otras durísimas, algunas más increíbles, relatos sencillos, crónicas de sucesos o hasta alguna invitación a la filosofía… hay de todo. Pero al margen de esas historias inventadas o reelaboradas de la realidad, resultan para mí sorprendentes muchas de las explicaciones que los autores dan de su actividad literaria en las brevísimas introducciones personales que hacen de sus trabajos. Nos encontramos, aunque en píldoras, con ese género literario de las confesiones.
Alguno nos dice que para él la práctica de la escritura es un ejercicio de humildad. Pero otro prefiere pensar que “la insensatez es sensata”. A una autora ha habido que “agarrarla por las alas” para llevarla al libro. Y otra más veía el filamento de la bombilla como si de una estrella se tratara. Hay quien se siente cautiva de las propias historias que bullen en su mente, mientras los hay que “navegan entre el asfalto y lo aéreo”. Algunos escriben después de confesar “con sinceridad adolescente (que) aburren al diario secreto”. Quienes se alimentan cada día de “tachar y reescribir”. Quien escribiendo se siente libre. Quien se siente colgado de los cuadernos de quienes le precedieron (aunque nunca ha sabido descifrar el “no” tajante con que se iniciaban o concluían algunos días).
Hay quien siente que le dicen: “escribe, reina,… escribe”. Y quien ve su cerebro como “una gran marmita de brebajes en ebullición”. Algún autor se sorprende de lo fácil que es deshacer una maleta y lo difícil que fue hacerla (una metáfora de la vida). Quien se ve con un “Primer Ministro y súbdito díscolo del reino de mí mismo (actualmente en guerra civil)”. Quien quiere ver el héroe que hay en una “persona insignificante” y quien se ve “como una chica infinita”. Otro que entiende que estar “toda una vida buscando despista a cualquiera”. Y quien considera que deberían dejarse llevar por la música que susurra «el hombre del saxo». O quien se pierde en sus silencios. O quien se empeña en “hacer mundos”.
Los hay que creen que con la escritura se puede ver “a los ángeles del cielo emborracharse con desesperación en una taberna irlandesa”. Y a quien le sorprende que los lectores se cuelen en sus historias. Quienes son enormemente felices al escribir. Y quien se ve a sí misma como “la última que cierra su paraguas cuando ya nadie siente llover”. Quien espera a que escampe todo el gris que se nos viene encima. Y quien recuerda a tres hermanas que antes de dormir leían en silencio; y solo susurraban de vez en cuando: vaya, oh, qué pena… Y a cada una de esas breves exclamaciones todas querían saber qué estaba pasando en el libro de las demás. Lo mismo que nos pasa a quienes estamos al lado de quien lee buenos relatos.
Brindo, por tanto, por esos lentos logros que nos entregan quienes están dispuestos a construir historias para navegar el mundo cada día. Gracias.
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