Si no me equivoco, un buen pregón debe tener siempre estos cinco componentes. El elogio del sitio y las gentes. Algunas alusiones (escogidas) a su historia y algunos apuntes (más escogidos aún) de lo que se quiere en el futuro, en los próximos años. Alguna referencia a la relación personal de quien lo da con el lugar que se pregona. Y, por supuesto, los deseos finales de júbilo y de buenas fiestas.
El pasado viernes pudimos ver el pregón de las fiestas de la Rondilla de este año que dieron Alberto Bustos y Hortensia Blanco en la plaza de Alberto Fernández. Cumplió todos los puntos, pero de una forma especialmente emocionante. En primer lugar, porque su implicación con el barrio es máxima. No solo son del barrio desde siempre, no solo están completamente identificados, viven y conocen a todo el mundo y se preocupan de todo lo que en él sucede, sino que llevan muchos años “implicados en que sea un lugar cada vez un poquito mejor, y siempre lo habéis hecho participando junto a otras personas”, como les dijeron desde la Asociación Vecinal al hacerles la propuesta de pregonar las fiestas.
Fue emocionante también por el relato que hicieron de la formación del barrio. “Llegaron nuestras familias a ese nuevo barrio que se construía a marchas forzadas (…) para dar cobijo a las personas que llegaban, buscando un futuro para sus hijos”. Gente sencilla, decían, «honrada y trabajadora que se encontró con un barrio en el que el afán especulador lo convertía en una colmena”. Enormemente denso, carente de equipamientos y de los servicios básicos necesarios, que Alberto y Hortensia especificaron. Como también contaron de donde procedían sus familias (de la comarca de Aliste, en un caso; o de Villabrágima, en el otro) y dónde buscaron alojamiento (en Cardenal Cisneros, en Linares), buscando la forma de arroparse los de un origen próximo.
Fue conmovedor porque expusieron las cualidades (el elogio del sitio, que decíamos) de las calles de la Rondilla, “ese pequeño hormiguero, ese pequeño mundo”. En el que se hacía la vida de ciudad “pero sobre todo, vida de barrio”. Un barrio entre ríos (el Pisuerga y La Esgueva. “Ojo! A ver quién puede presumir de eso”) que «no ha cambiado en lo esencial y a día de hoy, sigue siendo amable, abierto, acogedor, solidario; rebelde y comprometido». Y que, según dijeron, quiere seguir siéndolo. “Así es como somos y queremos seguir siendo las gentes de La Rondilla”. Por eso se organizaron y mejoraron el barrio. Entre todos y todas: “todo un ejemplo y todo un motivo para sentirse orgulloso de ser de la Rondilla”.
También se volcaron Alberto y Hortensia en el enfatizar esos deseos de fiesta con los que todo pregonero debe concluir. Igual que se celebra la cosecha o el casamiento, nos dijeron. Y propusieron celebrar todo: la vida de barrio, la participación, que sigan naciendo flores en el barrio y que siga llegando gente; la sonrisa de los niños y niñas y que nuestros mayores vuelvan a bailar un pasodoble. O que “Javier Carballo (el hijo de ‘la Felisa’) esté llevando, con Los Pichas, la Rondilla por todo el planeta y parte del universo”. Y aún más: “Celebremos que tenemos carnicería, frutería, mercería, ferretería, pescadería o tienda de los retales”. Celebremos que la vida de barrio se vive mejor. «Que somos de barrio, que somos de La Rondilla. Celebremos que venimos de Tierra de Campos, de Zamora o de cualquier lugar del mundo».
Pero, con todo, me resultó especialmente emocionante lo que veían en las miles de ventanas que dan a la calle (he calculado que serán unas 30.000). “Ventanas abiertas desde las que hablaban las vecinas y querían saber qué tal estaba el hijo pequeño, ese que había pillado el sarampión”. Ventanas que se abrían “para pedir una bombona de butano, para comprobar si llegaba la repartidora de la leche o para ver si había que abrir la puerta al cobrador de Don José Luis, el practicante.” Para “aplaudir y lanzar algunas monedas a un señor que tocaba la trompeta mientras una cabra se subía en un viejo taburete. Ventanas que se abrían para aplaudir el paso de una rondalla o de las jotas de Besana o de los Castellanos de Olid. Ventanas que se abrían para gritar dignidad durante la huelga de las basuras”. O en último término, “ventanas que se abrían porque seguíamos siendo pueblo y en el pueblo las puertas estaban abiertas de par en par”. Porque, en último término, cuando la Rondilla abre sus ventanas “es capaz de divisar el mar”.
Muchas gracias, Hortensia, Alberto, por este pregón emocionante.
(Imagen del encabezamiento: “La Rondilla desde el hospital Rio Hortega, foto de Emilio del Prado del 15-08-2005. Procedente de wikipedia.org. Imagen del pregón: de mobile.twitter.com/AyuntamientoVLL).