Blog de Manuel Saravia

Espectáculo

Hay dos tipos de espectáculos: el fasto y el nefasto. El espectáculo funesto es el que nos describe Guy Debord desde 1967 en La sociedad del espectáculo. Empieza así: “Toda la vida de las sociedades en que reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes era vivido directamente se ha alejado en una representación (…). El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no-viviente”.

El espectáculo nefasto es la imagen de una sociedad en que las relaciones entre mercancías han suplantado a las relaciones vivas entre la gente, donde la identificación pasiva con ese penoso espectáculo que se construye desde los medios de comunicación suplanta a la actividad genuina. De tal forma que el espectáculo cumple una función equivalente a la de la religión en las sociedades tradicionales.

El espectáculo esplendoroso, por el contrario, es el que, curiosamente, nos pone frente a frente con el sentido trágico de la vida. Para, conjunta y momentáneamente, conjurarlo. La tragedia que está en el origen del teatro. Y también de la ciudad, cuyo destino trágico lo expresó bien Bertold Brecht en 1921: “De las ciudades quedará sólo el viento que pasaba por ellas”. Pero entretanto venimos acondicionando grandes conchas vacías para vivir esos «buenos espectáculos”. Para vibrar con el paso de la vida. Para hacernos, entre todos y de alguna forma, mejores. Por un impulso de la fraternidad. Para vivir la catarsis, esa purgación colectiva de las emociones mediante la contemplación de la tragedia.

Milizia lo expresaba así: “El teatro excita los mejores movimientos en los pechos humanos”, pues ayuda a “sentir menos lo insípido de la propia existencia”.Y Hölderlin lo subrayaba. Con la catarsis, decía este último, se renueva en cada ocasión una “preciosa primavera en tierra de Grecia”. Un teatro que hace más vivible la ciudad.


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