Blog de Manuel Saravia

Tres elogios

Los libros que se titulan “Elogio” de esto o de lo otro resultan atractivos desde el principio. En un contexto repleto de reproches, quejas y condenas, confortan las alabanzas de esto o de aquello. Aunque se refieran a conceptos. Tengo aquí tres libritos de este tipo: el Elogio de la transmisión (un diálogo entre George Steiner y Cécile Ladjali), el Elogio de la lentitud (de Carl Honoré) y el Elogio de lo insípido (de François Jullien). Vamos a por ellos.

El primero de los elogios habla de la enseñanza. Valora al profesor o profesora porque “saca al alumno de su mundo” y le conduce “hasta donde no habría llegado nunca sin su ayuda”, y le traspasa “un poco de su alma, porque quizá toda formación no sea más que una deformación”. En los maestros (dice Steiner) “resulta casi tangible la pasión que desprenden”. Pero señalan también, sin embargo, que “no es fácil entender cómo se produce la transmisión”. Y por eso, cumplido que no van a darnos una teoría sobre la transmisión, el libro se llena de citas y aforismos a cual mejor. Por ejemplo: “¿Qué es un gran poema? Estrechar la mano de un lector”. O también: “El águila está en el futuro”. O esta frase: “Descubrían el desvaído esplendor que rodea a todo descenso, a todo fracaso”. Y otra más: “La dificultad es el lastre de felicidad para la gran travesía marítima que es la vida”.

El elogio de la lentitud es probablemente el más conocido. Y el más ordenado. Es una larga argumentación contra la velocidad de la “era del furor” y la defensa del “movimiento Slow”. El capítulo 2 no deja lugar a dudas: “La lentitud es bella”. Recuerda que se inscribe en una larga tradición, y que ya Plauto clamaba contra los relojes de sol que “cortan y destrozan tan terriblemente mis días en fragmentos pequeños (…) La ciudad está llena de esos malditos relojes” (qué pelmazo y gruñón era Plauto). Y concluye con la “búsqueda del tempo giusto”: “La mayoría de nosotros no desea sustituir el culto a la velocidad por el culto a la lentitud. La rapidez puede ser divertida, productiva y potente, y seríamos más pobres sin ella. Lo que el mundo necesita, y lo que el movimiento Slow ofrece, es un camino intermedio, una receta para casar la dolce vita con el dinamismo de la era de la información. El secreto está en el equilibrio: en vez de hacerlo todo más rápido, hacerlo todo a la velocidad apropiada”.

El título del libro de Jullien resulta más sorprendente. Y aunque parecería aclararse algo al añadir el subtítulo (“Elogio de lo insípido. A partir de la estética del pensamiento chino”), el encabezamiento de algunos capítulos nos vuelve a desorientar: “Insipidez y llaneza de carácter”, “Remanente de sonido, remanente de sabor”, “La música callada”, “Ideología de la insipidez”… Y el arranque es admirable: “Preferir lo insulso a lo sabroso es ir en contra del sentido común. Sin embargo, en la cultura china, la insipidez se reconoce como cualidad. Más aún: como la cualidad, la del ‘centro’, la de la ‘base”. Y si queremos extrañarnos más, podemos hacerlo: “El arte más perfecto no es necesariamente aquel cuyo efecto está más logrado, pues es deficiente precisamente a causa de su perfección”. Quizá la siguiente frase nos puede dar una pista de por dónde discurre el libro: “Cuando los diversos sabores dejan de oponerse unos a otros y quedan contenidos en la plenitud, aparece lo insípido, cuyo mérito es darnos acceso al fondo indiferenciado de las cosas y cuya neutralidad misma expresa la capacidad inherente al centro”.

Lentamente, pues, veamos si somos capaces de transmitir lo insípido.


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