Blog de Manuel Saravia

Privacidad

Decía Jesús Ibáñez que “cuando muere el habitante de una habitación (el que la habita con sus hábitos) muere la habitación”. Y sin embargo, ahora estamos “perpetuamente ex-puestos (sin puesto: sin centro y sin cobijo)”. Nos vemos más errantes, pensando en cómo modificar la casa: hacer de ella un lugar menos de permanencia (renunciando a que la casa sea remanso, mansión, que genera la moral en ella, costumbres, mores, morada, demorarse); y más de paso (más parecido a una posada donde pausar la vida). Un espacio menos estable. Pero que, aunque sigue siendo privado, es la privacidad misma la que se modifica.

Sabemos que hay culturas sin vivienda, en su actual sentido. Incluso sin cobijo. Pero lo que no hay son culturas que no reconozcan la privacidad. Todas las sociedades delimitan formas para la práctica de la soledad buscada. Todas ofrecen zonas de inmunidad, ofrecidas al repliegue personal. Se dice que en nuestros días asistimos a uno de estos momentos de énfasis de la sociedad privatizada. Y la vivienda ha seguido siendo, hasta hace poco tiempo, el ámbito por excelencia de la privacidad.

Desde hace unos pocos años el mundo privado se ha trastornado. Continuamente se recogen y analizan gran cantidad de datos que nos afectan. Y es difícil valorar la privacidad que hemos perdido “y hasta qué punto nos hemos convertido en algo público” (D. Innerarity, “La reinvención de lo privado”, 2014). Si queremos privacidad nos vemos obligados a pensarla y defenderla de una manera diferente. Como sabemos, en Internet “no hay nada perecedero (…). Estamos bajo una constante supervisión: cuando usamos nuestra tarjeta de crédito o hablamos por el móvil, Google conoce nuestros hábitos de navegación y Twitter sabe lo que pensamos. Esta es la razón por la que se dispara la sospecha de control y manipulación”.

Un riesgo cierto y novedoso es el que se deriva de la posible “tentación de penalizar en virtud de la mera propensión o hacer un uso poco razonable de la sospecha, por ejemplo, hacia ciertos grupos de población (lo que ya ocurre en los seguros médicos y de enfermedad o en el trabajo de la policía). El espacio de la privacidad es precisamente uno de los más afectados por estas nuevas posibilidades de conocimiento anticipatorio”. Los riesgos ciertos del “conocimiento anticipatorio”. Lo público y lo privado, e incluso la soledad, están cambiando rápidamente de contenido. Y hemos de intentar repensar activamente nuevas formas para institucionalizar las relaciones entre lo público y lo privado, de forma que se garanticen los derechos de las personas. Difícil, pero urgente y necesario.


Dejar un comentario