Blog de Manuel Saravia

Luciérnaga

¿Existe algún bicho más sugerente… más luminoso, podríamos decir, que la luciérnaga? No. Imposible. Pues se trata de un animalillo que forma parte de esa bolsa de maravillas que, de alguna forma, se entrega a cada niño y niña al cumplir más o menos los tres años (mes arriba, mes abajo). Una bolsa en la que también hay burbujas de jabón, carreras de gotas en los cristales, charcos para ser pisados, piedras de colores, piedras más bien planas y sin color, pero que saltan una y otra y otra vez sobre el agua, aviones de papel, nubes con formas de animales, sombras en la pared con formas de animales, conchas de nácar brillante, un palo (¡un palo!), a veces una caja de música, cerezas para pendientes, una bola de nieve, un pisapapeles de cristal donde también nieva, la sorpresa del roscón, la luz filtrada, una cama para esconderse debajo, un globo y una cometa y, en ocasiones, el arco iris.

Suele asociarse el nombre de Francesco Tonucci al debate sobre “La ciudad de los niños” (así se denomina su libro más conocido, que data de 1991). Qué ha de tener la ciudad si se piensa en los niños y las niñas. En el programa de Valladolid Toma la Palabra llevamos algunas propuestas. Por supuesto, y por delante de todo lo demás, un plan de choque contra la pobreza infantil. Así como el propósito de ampliar la cobertura de ayudas sociales para el acceso a libros de texto y material escolar, comedores y ayudas para situaciones de emergencia. Pero también propuestas dirigidas a posibilitar buenas experiencias de vida urbana. Creando itinerarios seguros en los caminos escolares. Abriendo centros educativos durante el fin de semana para la realización de actividades lúdicas y deportivas. Impulsando en varios ámbitos la participación infantil.

Pero igualmente consideramos como parte de esa “ciudad de niños y niñas” el cuidado del medio ambiente. Y con él la protección de esas luciérnagas que viven escasamente una semana (como adultas), pero que cada vez se ven menos. Porque es preciso tener claro que a la gente, cuando crece, le gusta escuchar la música más bella, gozar del arte más sublime, leer magníficos relatos, embeberse de (¿o es beberse?) los mejores paisajes. Pero que ninguna de esas artes y experiencias es comparable, lo sabemos, a la emoción que nos producía de niños contemplar el resplandor de esos escarabajos, esos “coleópteros polífagos bioluminiscentes” (con perdón), en algunas noches cálidas del verano. Larga vida a las luciérnagas.


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