Blog de Manuel Saravia

Libertad

Hablando de la libertad, me gustaría referirme a Libertad Lamarque. A ella le pertenece una de las mejores versiones (con las de Roberto Goyeneche y Carlos Montero) del tango Uno: “Si yo tuviera el corazón / El mismo que perdí / Si yo pudiera como ayer / Querer sin presentir”. Libertad lo cantaba en la película El fin de la noche. Pero en 1943 tanto el film como el tango fueron prohibidos (junto a otros muchos) por el gobierno argentino, por haber ambientado la historia en un país que padecía la invasión nazi, cuando el gobierno argentino de entonces, de Ramón S. Castillo, era favorable a los países del Eje. La prohibición duró hasta 1946. O sea que durante años el tango de Libertad se tenía que escuchar a escondidas. Paradoja.

Por supuesto, también estuvo prohibido el Cambalache (otro tango de Discépolo, como el anterior). Se proscribió porque su letra es “prácticamente subversiva por el inmenso escepticismo que emana de sus versos”. Caramba. Efectivamente es un tango magnífico cuya letra hemos podido leer recientemente en una carta de El Norte de Castilla y luego escuchado recitar (que no cantar) en el Café del Teatro Zorrilla, a propósito de la situación actual. Porque dice crudamente: “El que no llora no mama y el que no afana es un gilí; que hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, colchonero, rey de bastos, maladrín y estafador”. Vaya, siendo el tango que tiene el honroso honor de haber sido prohibido por todas las dictaduras de Argentina, resulta un tanto extraño que aún no haya sido prohibido en nuestro país (es broma, exagero… un poco).

Mas para Libertad Lamarque no acabaron las imposiciones al levantarse la prohibición de cantar determinados tangos. Y el mismo año 1946 se enfrentó con Eva Perón durante la filmación de otra película, titulada La cabalgata del circo, y fue el desastre. Se especuló con que la primera “le pegó una cachetada” a la segunda, pero otros aseguran que se limitó a recriminarle los continuos retrasos, diciéndole: “Tiene usted muy buen corazón, así que cuando le sobre gasolina, tráiganos un poco al estudio, por favor, aunque sea en la boca, en un buche”. La mujer del presidente le dio entonces 48 horas para abandonar el país, “o que se atuviera a las consecuencias”. Y Libertad huyó efectivamente a México y no volvió nunca más a su país. Por cierto: ¿habíamos dicho que estábamos hablando de la libertad de expresión?


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